LA AGRESIÓN SEXUAL: UN ENFOQUE EVOLUTIVO
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Los lectores que estén casados sabrán por propia experiencia que el
matrimonio o la pareja estable con fines reproductivos y que cualquier
forma de convivencia se basa en un continuo equilibrio de fuerzas, en un
"toma y daca" constantes que procede de los celos, de las
dificultades económicas, de los desacuerdos con el dinero, del orden y la
frecuencia con que visitamos a nuestros familiares, etc. Que cualquier aspecto
de la convivencia ha de ser pactado una y otra vez hasta llegar a un punto
muerto, desde donde es de prever una próxima desavenencia que seguramente dará
lugar a un nuevo escenario de negociaciones. Podemos
concluir que una relación a largo plazo necesita ser constantemente renegociada
y que se establece sobre un permanente forcejeo donde cada miembro trata de
librarse en lo posible de las cargas que el otro miembro arroja sobre sus
espaldas, mientras trata a su vez de imponer al otro las tareas o cargas que
rechaza llevar. Es lo normal y lo previsible desde el punto de vista genético,
al fin y al cabo con mi pareja no tengo ningún gen en común, tan sólo
compartimos los genes de nuestros hijos, un argumento demasiado débil para ese
tanto por ciento cada vez más elevado de parejas que se rompen.
Si es usted divorciado o separado sabrá que una de las razones
(aparte de calamidades más serias) por las que se divorció o separó fue
seguramente su intolerancia a ese continuo "toma y daca" que es la
convivencia en común al margen de las racionalizaciones que cada uno encuentre
para salvaguardar su autoestima.
Al margen de concepciones más o menos ideales acerca de la pareja
humana lo que es verdad es que existe un intenso antagonismo entre los sexos, un antagonismo que nace de la profunda
asimetría de las cargas que nuestra especie ha heredado de sus ancestros los
mamíferos y en un orden más profundo de los vertebrados
Ya he nombrado en otro lugar la profunda asimetría creada a partir
de la gestación vivípara, las cargas de nursing,
la existencia de mamas que entorpecen la carrera por nombrar sólo algunos de
los hándicaps de las hembras de nuestra especie y de
las que nos precedieron. Los machos también tienen penalizaciones evolutivas,
aunque menos reconocidas, no dejan de representar una carga adicional: la
rivalidad casi continua con los otros machos, la incertidumbre de la
supervivencia de sus propios genes en sus hijos, y el vinculo atávico que el
rango social representa para el macho, una especie de seguro reproductivo. De
manera que cada sexo tiene sus penalizaciones derivadas de la deriva
filogenética, pero lo peor es que somos muy poco conscientes de la sobrecarga
que lleva el otro sexo, y es natural porque la sobrecarga que lleva el otro es
un alivio para nuestras propias espaldas tanto en un sentido como en otro, no
dejamos de ser maquinas egoístas y no estamos dispuestos a ceder. Ceder sería
seguramente aliviar al otro llevando su carga a nuestras espaldas.
Dice un conocido chiste que copular es un invento de los machos y
hacer el amor un invento de las mujeres y de los tacaños para no pagar.
Efectivamente el vínculo fue seguramente una mutación en el cromosoma X y
transmitido por tanto por la mujer, pero hacer el amor supone un precio adicional
para el macho que tiene que tomar a su cargo a la hembra elegida y a la
progenie. El vinculo profundo que representa el amor
entre parejas favorecía de un modo intenso a la mujer, no necesito explicar al
lector como sería la vida de las mujeres viviendo en una horda y a merced de
los apetitos de los machos dominantes y cuan desvalidas se encontrarían en sus
labores de nursing.
La pareja monógama representó sin duda un hito para compartir las tareas derivadas de una
crianza cada vez más difícil de crías muy mal diseñadas para su autoconservación. Ya he hablado de cómo la especialización,
no sólo en las tareas sino en la alimentación pudieron suponer virajes
profundos en la dirección de la selección genética promoviendo la cooperación,
la fidelidad, la confianza y si se quiere el amor. Al mismo tiempo hay que
señalar que la intensidad del vínculo afectivo depende sobre todo del tiempo
necesario para conseguir la autonomía de las crías, que en nuestra especie es
definitivamente largo.
Es imposible beneficiar a un sexo sin penalizar simétricamente al
otro. He hablado en otro lugar de cómo la simetría es un estado ideal,
geométrico que no existe en la naturaleza, en cuanto la evolución encuentra dos
cosas iguales o casi iguales, inmediatamente tiende a buscar especializaciones
entre ellas, eso sucedió probablemente con los gametos y también con los
hemisferios cerebrales, desde la casi simetría se evoluciona hacia la
asimetría. Y eso precisamente puede estar sucediendo hoy entre las relaciones
de pareja. Se ha roto un equilibrio que hasta hace poco dejaba a las mujeres en
una posición socialmente subordinada como sucede en los papiones para dejar al
hombre en el otro polo del desequilibrio como les sucede a los lagartos.
La agresión de los machos hacia las hembras - me refiero a la
agresión con resultado mortal- es efectivamente muy rara en la
naturaleza, sería letal para una comunidad atacar sistemáticamente a las
hembras que son las que en definitiva ponen los huevos, todas las especies y
con más razón entre las más agresivas disponen de mecanismos inhibitorios de la
agresividad que incluyen también a la agresión sexual, mecanismos que son tanto
más perfectos cuanto mayor sea el desequilibrio de fuerzas (dimorfismo) entre
macho y hembra. Determinados machos podrían aplastar, cornear o devorar a una
hembra durante el coito o durante los prolegómenos, (como en determinados
insectos sucede lo contrario) si no lo hacen es precisamente porque han
desarrollado una inhibición paralela a su potencial efecto letal que se activa
con las consabidas maniobras de sumisión. Siempre me he preguntado por qué se
dice "llevar cuernos" cuando un hombre o una mujer son engañados por
sus parejas; hablando etológicamente el resultado que
tendría para el hombre tener cuernos es hacerse más manso, es decir desarrollar
una mayor inhibición de su agresividad, una inhibición natural, no una simple
represión de la misma dado que la evolución de los cuernos hubiera corrido
paralela a la evolución de su agresión que hubiera dado como resultado un
equilibrio entre ambas.
Si está
usted ahora pensando en el toro de lidia diré que este animal está hecho
mediante técnicas transgénicas, tratando de
aprovechar en todo momento su acometividad. Me refiero a todos los animales que
llevan cuernos como los ciervos por ejemplo y que utilizan sus defensas en sus
combates ritualizados para enroscarse con el rival y sus respectivas
cornamentas en un juego que no termina nunca con cornada, dado que el ciervo ha
desarrollado paralelamente una inhibición selectiva. No estoy seguro que el
toro de lidia sea tan caballeroso.
Otro mecanismo habitual es que la agresión puede derivarse hacia
otros lugares - o desplazarse como dicen los psicoanalistas - donde sus efectos
sean menos notables, me refiero a la agresión entre machos o a la agresión
extraespecifica, de cualquier manera los machos - son desde el punto de vista
evolutivo- superfluos.
Uno de los problemas de las parejas humanas opulentas es que nos
hemos quedado sin depredadores naturales, entre otras cosas porque nos hemos
encargado de hacerlos desaparecer a todos. Y no lo digo en broma. El viejo
mecanismo de transformación de la agresión sexual en agresión extrasexual parece haberse debilitado en nuestra especie,
como casi todas las inhibiciones parecen haberse transformado en prescripciones
sociales, si atendemos a los casi diarias noticias
sobre agresiones en el hogar con resultado de muerte.
Una de las razones de este debilitamiento es que ya no existen
depredadores específicos de nuestra especie que puedan ritualizar la defensa
común del territorio que es al parecer uno de los mecanismos que hacen de las
parejas de pececillos de Lorenz una parejas fieles y
eternos compañeros, la reorientación de
la agresión (Tinbergen 1969) o su desplazamiento es uno de los rituales que
amortiguan la agresión sexual. Lo curioso de estos peces del género cíclidos, es que tanto la agresión territorial de defensa
que es compartida por ambos sexos, como la agresión extraspecífica
trae como resultado la indestructibilidad del vínculo de la pareja, pero no
crean que el cortejo fue fácil, ella invirtió muchas horas en seducir al
aguerrido pececillo macho de colores, siempre entrando en su campo visual de
costado y huyendo como marcan los cánones de la buena seducción antes de que el
macho le diera un viaje o un buen mordisco. Poco a poco la hembra mediante
técnicas depuradas de buena y sumisa seductora va propiciando la desactivación
de su agresividad, hasta que llega un día en que estas maniobras de sumisión
van dando lugar a una especie de "desafío" de igual a igual en el centro del territorio del macho.
Entonces lo que sucede es algo extraordinario: el macho se apresta al ataque
ante tamaña osadía, pero en el último momento, cuando ya se masca la tragedia,
el macho desvía su agresión hacia cualquier pececillo
de los alrededores. Es entonces cuando la hembra decide poner sus huevos en el
suelo o al abrigo de un costado del acuario, el macho los fecunda en el agua y
ambos se convierten en una pareja feliz, que defenderá su territorio de por
vida, se convierten desde entonces en inseparables. Lorenz
interpreta que el cambio de planes del macho se debe al miedo hacia la hembra
(en realidad la confusión entre atacar o huir), siempre que la hembra haya
logrado mediante su lidia continua haber previamente desactivado cierta dosis
de agresión. O dicho de otra manera: en las especies donde la agresión no puede
desactivarse del todo tras la copula (es incluso más necesaria que antes) o
bien porque se trata de especies muy agresivas, la estrategia de la hembra es
una conducta de sumisión que poco a poco va convirtiéndose en desafío a medida
que el macho va habituándose a la presencia de una compañera. A medida que la
hembra gana la confianza del macho aquel va aceptando su presencia, hasta que
en una suprema y heroica confrontación precopulatoria
el macho decide desfogarse con otros congéneres y emparejarse definitivamente
con la hembra.
Lo realmente curioso de la viñeta anterior es que macho y hembra no
se reconocen entre sí, es decir carecen de mecanismos para identificar el sexo
de su congénere. Todo parece indicar que en las especies donde la
identificación sexual es imposible visualmente es a través del ritual como el
macho reconocerá a la hembra y también explica la ambigüedad misma del ritual
que es similar tanto con una hembra o un competidor, dado que para el macho
cualquier congénere es sobre todo un intruso. Sólo termina por entender que la
hembra es una hembra a partir de su ceremonia de sumisión, dicho de otra manera
el macho sólo se emparejará con alguien que se le someta y la hembra sólo
aceptará a alguien que la haga sentir sometida.
El miedo parece formar parte de los ingredientes de este fenómeno
que Lorenz en otras especies - como los gansos- ha descrito perfectamente estableciendo una
serie de leyes generales acerca de la agresión en relación con la cópula y la
formación de parejas bien amorosas o bien de entramados de amistad que se
mantienen vivos durante mucho tiempo a pesar de las circunstancias. El miedo
parece comportarse como un relé, que tiene una serie
de valores críticos. Es mayor entre dos individuos que no se conocen,
intermedio en los recién conocidos y menor en los individuos que ya se han
hecho vecinos o conocidos. Es el miedo el que induce al ataque, y el miedo el
que desactiva el ataque, resultando un desastre cuando desaparece del todo, al
menos en las especies muy agresivas como los gansos y los pececillos del coral.
Mecanismos
de activación-desactivación de la agresión en la naturaleza
Activación
|
Desactivación
|
Colorido
|
Decoloración
|
Desafío
|
Sumisión
|
Adquirir mayor tamaño
|
Empequeñecerse
|
Exhuberancia
|
Esconder la cresta
|
Conducta de
adulto
|
Conducta
infantil
|
Mantener la mirada
|
Mostrar las nalgas
|
Como puede
observarse en la tabla cada especie tiene mecanismos específicos de activación
y desactivación de la agresión que a veces son sexualmente ambiguos, es decir
determinadas señalizaciones pueden significar tanto un desafío copulatorio como una conducta de rendición
Esta bella historia de amor tiene un corolario un poco más
siniestro si modificamos las condiciones del acuario y dejamos a la pareja a
solas. ¿Pueden imaginar qué sucederá?. Si, un caso más
de violencia doméstica, esta vez en el acuario.
Una de las consecuencias de la falta de enemigos naturales contra
los que aliarse en pareja, es que en los humanos la selección parece haberse
establecido alrededor de la agresión intraespecifica. Nuestros enemigos son
nuestros iguales, nuestro prójimo. "Homo lupus homini",
es muy cierto tal y como decía Rousseau, no sólo
porque el hombre es un depredador del hombre sino porque nos ocupamos sin
descanso de eliminar a los lobos que hoy ya no representan para nuestra especie
ninguna amenaza seria.
Hoy son, paradójicamente, las guerras la única situación que
propicia la solidaridad y el sentimiento de estar compartiendo una experiencia,
un destino común, fuera de ellas nadie siente a su prójimo como un aliado sino
como un enemigo, una estrategia la de las guerras que las ratas mantienen
constantemente y que en ellas representa una reorientación de la agresión entre
los miembros de un determinado clan, existe la sospecha de que los humanos
utilizamos este mismo mecanismo de guerrear contra nuestros vecinos cuando
necesitamos aumentar la cohesión de una determinada comunidad.
La agresión desde luego no es tan necesaria en el hogar opulento
como en el nido, a pesar de ello la agresión sexual, los crímenes domésticos o
pasionales y las agresiones sexuales son tan frecuentes en nuestro mundo
civilizado que uno llega a preguntarse qué especie de lógica es posible aplicar
para explicar este fenómeno. Respecto a eso sabemos algunas cosas:
La agresión sexual es una excepción en la naturaleza pero es muy
frecuente en nuestra especie, la explicación de este fenómeno desde el punto de
vista evolutivo es compleja, por una parte se ha señalado (Thornhill
& Palmer, 2000) que la violación y la supervivencia de esta estrategia en
nuestra especie actual se debe a que los hombres que adoptan esta conducta
deben encontrar alguna ventaja en la misma, en el sentido de una mayor
supervivencia de sus genes. Personalmente no creo en esta teoría, por la razón
siguiente. La violación sólo puede definirse en la especie humana, dado que en
el resto de las especies no existe una pulsión sexual disociada de la
reproducción, las hembras son inaccesibles fuera del estro y cuando lo son no
hay manera de definir claramente lo que es de lo que no es violación, ya he dicho
que no hay sexo sin agresión.
Lorenz ha descrito en los
gansos una conducta de violación que sucede cuando dos gansos forman una
coalición de amistad: una coalición que desde el punto de vista territorial es
muy potente, superior a la de cualquier pareja heterosexual. Este entramado de
amistad llega a parecerse en casi todo a una unión homosexual, hasta que una
hembra hace su aparición en escena y uno de los gansos "la viola",
pasando poco después a formar parte de esa extraña coalición à trois. Lorenz interpretó este triángulo como una reorientación
sexual de la pareja de "gansos homosexuales" incapaces de copular
entre ellos, pero también puede ser interpretado como una forma de poliandria.
Seguramente esta coalición à trois representa muchas ventajas para la hembra elegida
¿podemos entonces hablar de violación?
Si en la especie humana la violación fuera una estrategia copulatoria evolutivamente estable en el sentido de Trivers sería la regla y no la excepción, dado que los
machos podrían así eludir el pago o el costo de sus cópulas, por no hablar de
sus compromisos de nursing. Además
podría haberse inventado inmediatamente una contraestrategia
evolutiva que sería incluso mejor: las hembras podrían dejarse violar, con lo
que los genes de los violadores se extinguirían a favor de las hembras
"que quieren ser violadas". Ninguna de las dos cosas ha sucedido, y
aunque las fantasías de violación son constantes en las hembras humanas, no
resulta así en sus conductas prácticas de donde puede deducirse que violar
hembras no es una estrategia evolutivamente estable, lo mismo sucede con el
canibalismo que es una estrategia alimentaria prácticamente extinguida.
El problema a mi juicio depende de la misma definición de la
palabra violación, que supone una conducta copulatoria
forzada contra la voluntad de la hembra, una definición más cercana al mundo
jurídico que al biológico. ¿Qué podría significar en el paleolítico cuando aun
no existía el derecho a la libertad sexual, copular contra la voluntad de la
hembra? No me es posible imaginar qué sentido tendría en el paleolítico este
constructo; en medio de una horda primigenia la conducta que hoy llamamos
violación. Lo que quiero decir es que en aquella época casi todos los coitos
podrían ser considerados así observados con los ojos del hombre de hoy, en
tanto que las relaciones sexuales están y con más razón debieron estar casi
siempre presididas por las relaciones de rango y dominancia. Es muy poco
probable que los machos pidieran permiso a las hembras para copular y es también
dudoso que estas se sintieran forzadas en un mundo donde otras amenazas y
carencias estaban en primer plano y donde el coito debió ser el pago con que las hembras
subordinadas compensaban sus aportes alimentarios, el cobijo y la protección de
sí mismas o sus crías. Si el sexo forzado acabó evolucionando hacia el sexo
consensuado e incluso hacia la monogamia es porque aquella estrategia no era lo
suficientemente buena y podía mejorarse.
La fusión entre ambos programas - dominancia y reproducción - con
la necesaria regresión filogenética es lo que probablemente sucede en el
violador actual, aunque es necesario contemplar otras circunstancias.
Entre los agresores sexuales se ha señalado (Malamuth
1996), la deprivación sexual como un factor causal de la agresión. Los
hombres prefieren mayoritariamente las relaciones sexuales a corto plazo y es
precisamente en ese terreno donde tienen problemas de agresión con sus parejas
quizá debido a que sus estrategias de preferencia (el corto plazo) les lleva a
sufrir dificultades periódicas en el acceso sexual, al que las mujeres por lo
general no acceden fácilmente. Otros por el contrario no tienen problemas en
encontrar parejas eventuales pero si los presentan a la hora de retener a sus
parejas que sólo consiguen mediante la intimidación. Todo parece indicar que
las estrategias a corto y a largo plazo en la seducción de parejas difieren en
relación con el sexo y se trata de un programa genético distinto a la retención
de la pareja a largo plazo y que identifica dos grupos distintos de machos maltratadores
Ambos patrones parecen
corresponderse con dos dimensiones de la personalidad entre los hombres: al
primero le llamaremos modo indiferenciado, se caracteriza por el énfasis que
realizan en su búsqueda de contactos sexuales a fin de mantener su autoestima y
la medida de éxito con sus pares, al segundo le llamaremos hostil, combina
inseguridad, hipersensibilidad y un placer en dominar sobre todo a las mujeres.
Los dos modelos, sobre todo el segundo tienden a acumular decepciones y una
historia de rechazos por parte de las mujeres en el corto plazo. Los hombres
que acumulan este tipo de percepciones de humillaciones y manipulaciones en su
historia relacional con mujeres tienen mas riesgo de resultar agresivos con ellas
dado que han llegado a inhibir la empatía y la simpatía necesarias que son los
afectos que inhiben la agresión en el ser humano.
Al margen de la teoría de la deprivación, se ha intentado explicar
la agresión sexual desde la teoría del rango (Price
1967) Para reproducirse el hombre tiene que competir con otros machos para
ganarse el derecho al sexo. ¿Es posible entender que los violadores sean
precisamente los perdedores en esta competencia entre machos?.
En mi opinión es muy posible especular que son aquellos que han caído en lo más
bajo de la jerarquía social a través de su incompetencia con otros machos, los
que reorientan su agresión intrasexual hacia los más
débiles sean hembras o niños. Se ha especulado (Eibl-Eibesfeldt, 1990) que también en la pedofilia
y en ciertas practicas sadomasoquistas lo que se persigue es la fusión entre
los programas de rango y sexualidad tratando de recuperar con las víctimas lo
que se perdió en la competencia con otros machos a partir del arousal o excitación que procede de las
relaciones de rango, superioridad o autoridad
En este sentido, pues, la agresión sexual sería el resultado de una
reorientación de la agresión, en un sentido menos social y caballeroso que los
pececillos de Lorenz, en un sentido más humano y
deshumanizado: una agresión que va del macho a la hembra, del fuerte al débil,
del poderoso al necesitado.
A menudo nos olvidamos de que la sexualidad humana sea reproductiva
o no, está presidida por una serie de rituales reptilianos
relacionados con el rango y la jerarquía, quizá las sociedades civilizadas
hayan blanqueado de tan forma las reglas del juego que las hagan irreconocibles
para determinados individuos que no saben a qué atenerse con respecto al acceso
a las hembras, confundidos de tal manera determinadas personas pueden hacer
regresiones a situaciones filogenéticas donde el sexo sólo puede ser entendido
como algo forzado. Este tipo de confusión y
frecuentes desencuentros se deben a dos factores: el primero es que el
número de mujeres disponibles en el corto plazo es sensiblemente menor que el
de varones por lo que las oportunidades
de tener éxito es mayor para las mujeres, el segundo argumento es que se
producen interferencias entre las estrategias de los hombres y las mujeres,
según busquen parejas para el corto o el largo plazo, significa que la
estrategia del uno interfiere en la estrategia del otro, y da como resultado
una decepción, humillación y el consiguiente rencor (Buss
1999)
El acceso a las hembras en nuestras sociedades opulentas parece estar
presidido por una serie de reglas secretas que casi todo el mundo respeta y
conoce intuitivamente aunque casi todo el mundo niega u oculta. Buss las agrupó en 1994 a partir de un análisis transcultural de las preferencias en la elección de pareja:
1.- Las hembras humanas resultan atraídas por el estatus social de
los hombres (con alguna divergencia entre si el flirt es a corto plazo o a largo
plazo (Buss 1988) y la superior edad (Grammer 1995). Estas preferencias no tienen relevancia en
la elección sexual de pareja de los hombres
2.- Los hombres buscan relaciones con parejas anónimas,
desconocidas mientras que las hembras entienden que los machos desconocidos son
una amenaza en el corto plazo (Lewis et alt 1995) .Tanto en el corto como en el largo plazo los
hombres buscan mujeres jóvenes y sumisas (citado por Mc
Guire y Troisi, op cit)
3.- Las mujeres hacen continuamente balance entre su tarea
reproductiva y sus labores de nursing cuando eligen pareja con
independencia de que hoy la reproducción sea electiva, la elección de la mujer
viene dictada por la presión evolutiva de sus programas genéticos y por tanto
su elección de pareja viene determinada a partir de esa presión selectiva. El
número disponible de mujeres que buscan relaciones sexuales a corto plazo es
sensiblemente menor que el de los hombres. Si a eso añadimos que los hombres de
mayor rango acaparan dos o más mujeres, significa que existen muchos hombres
que no consiguen mantener relaciones a corto plazo con ninguna mujer.
4.- El hombre, tiene que disponer de un cierto “patrimonio” para
hacer frente al pago o costo que la mujer le exigirá antes de confirmarle como
pareja o acceder al coito con él. Hacer regalos, proporcionar comida, la
destreza en construir nidos o excavar una buena madriguera son las
demostraciones que los machos, en toda la escala animal deben de acometer antes
de ganarse el derecho a reproducirse.
Todas estas reglas enunciadas pueden resumirse, en nuestra especie
a una regla fundamental: sólo la mujer
sabe cuando o a qué precio cederá (Bataille, 2000). El
hombre no puede hacer nada sino competir con el resto de los machos acumulando
bienes, destrezas, habilidades de seducción que muy a menudo son engaños, o
rango social que por si mismo resulte un buen reclamo para las mujeres, y eso
es lo que hacen , la mayoría de ellos con mayor o
menor éxito y criterio.
Otros, más confusos optan por el recurso de la dominancia y es ahí
precisamente donde se encuentran la gran mayoría de agresores sexuales, tanto
en el corto como en el largo plazo, aunque existen dos motivaciones bien
diferentes. El agresor sexual a corto plazo, aquel que tiene problemas para
seducir a una pareja sexual opera por rencor, mientras que el agresor a
largo plazo, es decir aquel que tiene problemas para retener a su pareja lo
hace por celos. El recurso a la intimidación que podemos contemplar en
las relaciones de rivalidad agonística entre machos es precisamente el recurso
que algunas personas utilizan para el control de la conducta de sus esposas o
parejas sexuales. Este patrón que ha sido señalado repetidamente por distintos
autores da cuenta de la universalidad de este tipo de reacción aventurándose
(Wilson y Daly 1982) a especular que es precisamente
la incertidumbre del macho respecto a su progenie la causa última, en el largo
plazo, de este desesperado intento por controlar la conducta del partenaire,
así como la causa de los celos que según los autores señalados son los
responsables de la mayor parte de las agresiones sexuales en parejas
institucionalizadas, una amenaza que es posible predecir a partir de ciertos
parámetros culturales como son: la edad de la mujer, el índice de divorcios o
el grado de independencia de la mujer.
Aparte de la ausencia de depredadores nuestra especie se encuentra
con otro problema adicional y es que los rituales - programas genéticos- que
gobiernan nuestras relaciones con los demás se han visto sometidos a cambios
culturales que han terminado por dejar el escenario de nuestras posibilidades
con respecto a la agresión más vacío que la nevera de un soltero, ya he hablado
de la posible reorientación que afecta a la agresión intrasexual
entre machos en dirección hacia las hembras.
En ausencia de esos rituales inhibidores que podrían socializar la
agresión individual el hombre no puede sino manejarla con sus propios medios intrapsíquicos, puede reprimirla, desplazarla o
transformarla en categorías opuestas o, si todo fracasa efectuar regresiones
puntuales, es decir retrotraerse a escenarios filogenéticos más antiguos, a fin
de evacuar su agresión, bien proceda del miedo, del odio o como es más
frecuente en el hombre moderno de la desesperación,
una forma de agresión que procede de la confusión y la perplejidad, de no saber
cuales son las reglas que gobiernan el acceso a las mujeres.
Para citar este articulo:
Francisco Traver Torras (2003) emailme
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