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miércoles, 17 de octubre de 2012

La Dopamina y el Cluster B de la Personalidad


LA DOPAMINA Y EL CLUSTER B DE LA PERSONALIDAD

Francisco Traver Torras
Director de Área de Salud mental
Hospital Provincial
Castellón
La dopamina es un neurotransmisor que procede del metabolismo de la tirosina, un aminoácido no esencial que puede ser sintetizado por el organismo a partir de la fenilalanina, de la que nacen distintas vías metabólicas una de las cuales está relacionada con la síntesis de melanina y la pigmentación de la piel y otra, la ruta de la dopamina y la noradrenalina, ambas vías se conocen como la ruta de las catecolaminas
                La dopamina es la catecolamina más abundante e importante desde el punto de vista neurobiológico porque presenta una localización encefálica más elevada que la noradrenalina y, por tanto, su repercusión comportamental es más elevada Los cuerpos celulares de las neuronas que contienen dopamina se localizan principalmente en el cerebro medio. Las neuronas que contienen dopamina pueden dividirse en tres grupos principales: nigroestriadas, mesocorticales y tuberhipofisales. El principal tracto dopaminérgico en el cerebro se origina en la zona compacta de la sustancia negra, y proyecta axones que proporcionan una densa inervación al núcleo caudado y al putamen del cuerpo estriado; aproximadamente un 80% de toda la dopamina que se encuentra en el cerebro se halla en el cuerpo estriado.
Hay, asimismo, presencia dopaminérgica a nivel talámico e hipotalámico, de una manera menos concreta, por lo que se habla de proyecciones inespecíficas que se proyectan sobre las estructuras hipotálamo-hipofisarias y tienen una clara repercusión en la regulación de la economía y el metabolismo orgánico a través de la secreción de factores de liberación de las hormonas hipofisarias.
La biosíntesis de la dopamina está intrínsecamente relacionada con la NA. Sin embargo, aunque su degradación está sujeta a los mismos sistemas enzimáticos, difiere en función de cual sea el primer sistema enzimático que actúe. Si actúa la monoaminooxidasa (MAO) se produce el ácido 3,4 dihidroxifenilacetico (DOPAC), que es un metabolito final de la dopamina; si actúa la COMT, hay un metabolito intermediario, la 3-metoxitiramina, momento en el cual interviene la MAO produciendo el producto final de la degradación, el ácido homovanílico (AHV). La liberación es similar a la de la NA, siendo las anfetaminas unos potentes liberadores. Son inhibidores los a-hidroxibutiratos y la reserpina, que es también un depleccionante de la DA al igual que ocurría con la NA.
Por otra parte, la recaptación no debe seguir el mismo camino que la NA, puesto que los antidepresivos tricíclicos no la afectan y sin embargo, sí la anfetamina y la benzotropina. Los agonistas de los receptores de dopamina, más conocidos son la cocaina, las anfetaminas, la bromocriptina, la amantadina, el bupropion y la L- Dopa.
Actualmente se aceptan dos receptores dopaminérgicos centrales: D1 y D2, y otros dos receptores dopaminérgicos periféricos: DA1 y DA2. Los receptores D1 son postsinápticos y los D2 postsinápticos y presinápticos. Los receptores D1 utilizan el segundo mensajero (AMPc) para su actuación y su consecuencia immediata es la activación de la adenilatociclasa. Sin embargo, los receptores D2 inhiben la actividad de la adenilatociclasa. Es, por tanto, indudable que las consecuencias de su alteración funcional, así como de la actividad de agonistas y antagonistas dependerá de la densidad de receptores de uno u otro tipo que se presenten en las estructuras encefálicas y del umbral de sensibilidad que presentan en respuesta a la dopamina. Parece ser que los receptores D1 son mayoritarios en las proyecciones nigroestriadas y mesolímbicas y que las D2 lo son en las proyecciones mesocorticales. Los receptores D1 modifican sus umbrales y presentan una mayor sensibilidad en la esquizofrenia y no en el Parkinson; luego sus antagonistas podrían tener un buen efecto antipsicótico sin alterar la regulacion motora. La densidad de los receptores D2 es mayor en la esquizofrenia y en el Parkinson, por lo que sus antagonistas podrían presentar fuertes efectos antipsicóticos, pero también extrapiramidales. A nivel periférico, el receptor DA1 es postsináptico y el receptor DA2 es presináptico o autorreceptor.
Los agonistas dopaminérgicos presinápticos podrían ser definidos como antipsicóticos al controlar la liberación de dopamina, mientras que los agonistas dopaminérgicos postsinápticos, como la apomorfina, que es un agonista D1 y D2 ofrecería una clara consecuencia psicótica y extrapiramidal.
Un antagonista D1 selectivo tendría un valor potencial antipsicótico muy importante al no producir efectos extrapiramidales. En la enfermedad de Parkinson hay, como hemos referido, una degeneración de la sustancia negra y consecuentemente una deficiente proyección dopaminérgica sobre el núcleo caudado y putamen; éstos, a través del pálido, regulan la actividad motora. Parece ser que las neuronas del estriado están reguladas por la acetilcolina, cuyo papel es excitador, y la dopamina, que tiene una acción inhibidora al estar regulada por el GABA; al faltar esta última se producen muchos efectos motores extrapiramidales que resultan de una hiperactividad colinérgica. En terapéutica del Parkinson, como la DA no atraviesa la barrera hematoencefálica, se ha recurrido a la L-dopa, que es el precursor inmediato y que a su vez se administra con carbidopa que la protege de la acción enzimática degradante de la MAO, lo que permite que las dosis de L-dopa sean mucho más reducidas, garantizando así una menor presencia de los efectos periféricos indeseables.
El problema de estos antipsicóticos ha sido y sigue siendo, la tremenda repercusión sobre la regulacion motora provocada por sus efecto antidopaminérgicos, y sobre todo, la cronicidad de su tratamiento, algo que se ha minimizado en parte con el uso de los antipsicóticos atipicos. De ahí que actualmente se incida en la utilización de antidopaminérgicos selectivos, de manera que antagonizando o bloqueando los receptores dopaminérgicos D2 el efecto no sea generalizado, sino que la actuación se circunscriba a áreas cerebrales concretas, con lo que podríamos perfectamente situar una acción de bloqueo D2 en el sistema límbico que no afecte a los receptores D2 de los núcleos grises basales, evitando por tanto cualquier efecto de tipo motor al no alterar la funcionalidad de las vias extrapiramidales.
LA VIA DOPAMINERGICA MESOLIMBICA Y EL PLACER
Se admite que la via dopaminérgica mesolimbica a través del neurotransmisor dopamina es la responsable del placer y la recompensa cerebrales y aún: que la vía dopaminérgica es un metasistema que regula todos los demás, opioide, noradrenérgico, serotoninérgico, GABA, glutamato y cannabinoide. Esta relación procede de la observación de una conducta exploratoria concreta que conocemos con el nombre de “craving”, es decir la tendencia a repetir un estimulo que en otro tiempo resultó placentero, mediante una conducta de búsqueda y aproximación al citado estimulo.
Dicho de otro modo: las vías de entrada al placer son múltiples, siendo la vía dopaminérgica la que se encarga de reforzar las conductas de búsqueda (craving). En este sentido se admite que la vía o sistema opioide regula la consumación del placer, en contraposición a la idea de repetición que necesita de otro sistema metaregulador que active o desactive la conducta de craving o búsqueda.

Esta consideración de metamodelo con el que concebimos el sistema dopaminérgico mesolímbico, la vía final del placer, explica la razón por la que distintas sustancias químicas – diferentes entre si- tienen la potencial acción de procurar placer y lo hacen mediante acciones especificas en otros sistemas distintos a la propia vía dopaminérgica mesolímbica. Por ejemplo el tabaco a través de la nicotina no ejerce su acción directamente operando sobre la dopamina sino a través de la estimulación colinérgica. La morfina o los derivados opiáceos, lo hacen a través del sistema opioide endógeno, el alcohol a través del sistema GABA y el cannabis a través de la anandamida, el único alelo químico cannabinoide conocido en la actualidad. Tan sólo la cocaína y las anfetaminas parecen operar directa y preferentemente sobre el sistema dopaminérgico, lo que parece indicar que la obtención de placer se asienta en múltiples vías de neurotransmisores y que la vía dopaminérgica aunque puede ser estimulada directamente parece tener una función metareguladora en el resto de los sistemas.
Aun siendo el neurotransmisor más abundante en nuestro cerebro, muy probablemente la dopamina funciona como tal desde hace relativamente poco tiempo, hablando en términos evolutivos. La dopamina es un precursor de la noradrenalina y parece que su conversión en neurotransmisor directo es – a juzgar por el enorme polimorfismo de la estructura proteinica de sus receptores- bastante reciente y está relacionada con la corteza cerebral y los procesos asociativos del cerebro del Sapiens, también con lo que ha venido en llamarse conciencia recursiva o autoconciencia (la capacidad de la conciencia de pensarse a si misma) y de la regulación de metaeventos relacionados, no sólo con la memoria sino también con los sistemas desiderativos, normas morales o aspiraciones éticas
                La via dopaminérgica mesolímbica puede simbolizarse mediante una autovía de tres carriles y tres funciones:
-                                              La via de la recompensa
-                                              La via de la activación
-                                              La via de la motivación
La dopamina y a través de la via dopaminérgica mesolimbica no sólo regula la aproximación a la recompensa mediante el mecanismo del craving, sino que enciende y apaga el sistema de activación (arousal) relacionado con la necesidad de buscar algo. Este mecanismo está íntimamente unido al fenómeno neurobiológico de la motivación, la dirección o ruta a la que tiende cualquier búsqueda. Contrariamente a las ideas de Freud relativas a la búsqueda de placer o evitación del dolor, parece que desde el punto de vista jerárquico las motivaciones de mayor peso para el ser humano son, por este orden:
-                                              La supervivencia
-                                              La reproducción
-                                              El placer o bienestar propios
-                                              El bienestar de la progenie (inclusive fitness)
El placer, pues, no es el principal objetivo de la orientación motivacional de los Sapiens, sino en primer lugar la supervivencia del propio organismo y en segundo lugar la reproducción, es decir el pase a la siguiente generación de los genes individuales. Esta teorización procede de la evidencia de que la adicción a sustancias tóxicas no puede explicarse del todo mediante el modelo del placer-recompensa. Efectivamente, la adicción a determinadas sustancias puede resultar aversiva para el principiante y aún así persistir en el consumo de tal o cual droga hasta llegar a un patrón de dependencia o abuso, además podemos ser adictos a conductas determinadas que no implican ninguna sustancia química, en lo que se conoce como adicciones sin droga. Esta evidencia supone que la vía dopaminérgica mesolímbica no solamente se ocupa de recompensar las conductas adictivas puntuales que provocan placer sino todas aquellas que fortalecen el sentimiento de supervivencia o de atractivo sexual, que son precisamente los parámetros que se incrementan en las situaciones de intoxicación. Al margen de diferentes efectos específicos de las distintas drogas sobre el cerebro la consecución de placer está ligada a dos variables: la euforia y la sedación en partes bien distintas dependiendo de la droga empleada o si se quiere en términos más neurobiológicos, la regulación al alza o a la baja de la activación o arousal. Este efecto afectivo de las drogas no es especifico de ninguna de ellas, y también puede conseguirse mediante otro tipo de estímulos ambientales: el esfuerzo prolongado, el juego, el riesgo y la búsqueda de sensaciones o la comida. Sensaciones que a veces se encuentran relacionadas con experiencias intelectuales, estéticas o espirituales y que comparten el mismo mecanismo que ha sido llamado “éxtasis”, un fenómeno de intensificación del afecto descrito con el nombre de “tormenta límbica”. Un fenómeno de kindling (encendido)  que logra a veces, constituir un coctail de neurotransmisores que traducidos en términos clínicos y conductuales son una mezcla de euforia y confort que estimulan o engrandecen nuestro autoconcepto y nuestra autopercepción de atractivo (Newlin, 2002) considerándose el resto de fenómenos: alucinaciones, ansiedad, agresividad, o distorsiones formales del pensamiento como epifenómenos o efectos adversos de la experiencia de placer propiamente dicha y a otros como la potenciación cognitiva, la neuroprotección o el alivio del dolor correlatos terapéuticos de estos mismos efectos centrales.
No puede extrañarnos que nuestra vía dopaminérgica recompense estímulos que en si mismo pudieran resultar aversivos, como el vómito, las carreras de fondo o el juego en el que se arriesga y pierde dinero. Si aplicáramos a rajatabla el modelo del placer-recompensa este hallazgo por si mismo desmentiría el modelo y mucho más si estamos de acuerdo en admitir que muchas conductas disadaptativas como el consumo de drogas resultan atractivas para determinadas parejas sexuales y tienen mucho que ver con el riesgo que los varones precisan poner en juego para poder reproducirse . Sucede entre las personas y también en el reino animal, Zahavi ha señalado que en algunas especies los machos son elegidos por las hembras a pesar de sus hándicaps físicos como sucede en los pavos reales que lucen plumas demasiado largas para el vuelo o demasiado llamativas para los depredadores. En términos evolutivos está admitido que la reproducción para los machos necesita apoyarse en una serie de conductas demostrativas que les hagan atractivos a la vista de las hembras y que al mismo tiempo resulten en una disuasión para los competidores. Existen pruebas de que la evolución ha preservado sobre todo la reproducción sobre otras consideraciones, por ejemplo la depresión y los trastornos afectivos son más frecuentes en la mujer porque el hombre necesita poner en juego durante su edad reproductiva un mayor ímpetu, riesgo e iniciativa que la mujer en la búsqueda de pareja. La evolución ha preservado en este caso el riesgo que sobre la reproducción tiene la patología depresiva en el macho, mientras que en el caso de las adicciones sucede al revés, dado que la drogadicción es una conducta demostrativa de riesgo y además no interfiere en la reproducción, puesto que los efectos de las drogas, al menos las más consumidas como el alcohol no interfieren en la fertilidad de sus consumidores y sus efectos disadaptativos tardan años en manifestarse.
Quizá porque el sistema dopaminérgico es relativamente reciente resulta enormemente vulnerable al tiempo que plástico, algo relacionado con el polimorfismo de los receptores D4, de los que se conocen al menos 11 variedades siendo la de 2, 4 y 7 repeticiones las más frecuentes en el hombre y que correlacionan con el factor “búsqueda de novedad” de Cloninger.
Hablando en términos macroscópicos podemos afirmar que pequeñas variaciones individuales en su configuración dejan al individuo en una situación de riesgo para múltiples adicciones, no solo a las drogas, también a múltiples conductas impulsivas bajo el paradigma de la repetición. En este sentido algunos autores proponen la idea de que la evolución no ha terminado (Ayala, 1994) o que el hombre es un proyecto inconcluso en palabras de Heidegger. Lo cierto es que al menos nuestra vía dopaminérgica mesolímbica es un proyecto inconcluso o por decirlo en términos de la teoría de los sistemas: un sistema abierto. Y lo es por una razón fundamental: el genero Homo, es un linaje que modificó sus planes de vida en función de la limitación de los recursos, sobre todo alimentarios, pero también son de señalar las inclemencias climáticas, esta incertidumbre respecto a los recursos disponibles aconsejaba una continua disponibilidad de las conductas de aproximación y exploración como las más adaptadas en base a conseguir alimentos y protección frente al frío, este diseño ha sido reconocido incluso en la mosca de la fruta (drosophila melanogaster) en la que se han descrito dos genes (genes for) que correlacionan con la conducta de búsqueda y la conducta sedentaria y que operan mediante la activación de la proteincinasa (S. Juan 2004), ambas conductas se consideran adaptativas en función de los recursos disponibles.
Producir un diseño más completo en la vía dopaminérgica que regula la conducta exploratoria hubiera convertido al hombre primitivo en una especie de ser acomodado y negligente que no hubiera logrado sobrevivir en hambrunas y glaciaciones de no ser precisamente por su tendencia a la búsqueda, procedente precisamente de un deseo insaciable que emana de su cualidad de criatura deficitaria.
Este diseño incompleto puede llevar al individuo a confiar en el medio y no tanto en decisiones en términos de costo/beneficio como forma de regular las señales que precisa para obtener la motivación suficiente para explorar, algo que siempre sucede entre los organismos que viven en ambientes irregulares donde los recursos oscilan constantemente o no se encuentran distribuidos de forma homogénea. En este sentido el deseo, la búsqueda y la exploración son fenómenos que proceden de nuestra condición de seres incompletos. Nuestros ancestros evolucionaron en un ambiente donde decidir si quedarse o partir podía resultar vital para la supervivencia del grupo. Esta adaptación biológica a la incertidumbre ha quedado hoy obsoleta y se comporta como un genoma lag, es muy posible que muchas personas (o casi todas) sean vulnerables a las conductas adictivas precisamente por la incompletud de nuestro sistema dopaminérgico que resultó adaptativo en un determinado tiempo pero que en una época de abundancia y sobre todo de certidumbres con un tipo de vida predominantemente sedentaria condene a nuestros coetáneos a conductas inadaptativas  o que sean extraordinariamente sensibles a hacerse adictos a cualquier cosa que obtenga recompensa en el sistema dopaminérgico, sea placentera o no, siempre que active la motivación.
APEGO Y SISTEMA DOPAMINÉRGICO
Vivir en un cierto riesgo o mediante la búsqueda de algún tipo de sensación novedosa puede considerarse adaptativo, pero deja de serlo en el momento en que estas conductas se producen en entornos que entorpecen otras pautas de conducta mayormente adaptativas. Algo así parece suceder entre los individuos disociales que añaden  este tipo de conductas a un contexto donde además no existen sistemas convencionales de contención del riesgo. Según Cloninger la búsqueda de novedades (BN), , la evitación del peligro (EP) y la dependencia de la recompensa (DR) son las variables innatas que se relacionan entre los ejes del apego y la búsqueda de recompensas y representan un modelo tridimensional desde el que imaginar las posibles combinaciones.
Aquellos que son criados en ambientes aterradores, inconsistentes, negligentes o deficitarios en atenciones, ternura o reglas de convivencia tienden a configurar un patrón de vida que se caracteriza precisamente por una incapacidad para aplazar cualquier tipo de gratificación, resultando refractarios e intolerantes a la frustración, es decir se convierten en individuos dependientes de la recompensa inmediata (DR).
Pero no sólo ellos, a veces esta incapacidad  también la podemos encontrar en niños o niñas que han sido criados en ambientes normalizados y donde existen hermanos sanos que son la prueba evidente de que no han sido sometidos a la exposición de aquellos sucesos de crianza negativa. Esta paradoja se explica por las mínimas variaciones fenotípicas que se ponen en juego en nuestros sistema de recompensa, algo así como el “efecto mariposa” que caracteriza a los sistemas abiertos y no lineales presididos por el orden del caos. Sucede porque precisamente la apertura de nuestro sistema de aprendizaje permite agrupar nuestra experiencia al menos en tres niveles: lo real, lo imaginario y lo anticipado. Nuestro cerebro procesa todos estos eventos, procedan de donde procedan de un modo similar. Es igual haber sido discriminado, maltratado o ignorado en la infancia que haber percibido con mayor o menor razón el haberlo sido. En este sentido la percepción subjetiva basta para provocar un accidente del sistema exploratorio que consiste en edificar una estrategia rígida y constante parecida al “más vale un pájaro en mano que cien volando”. Aplazar la gratificación, es para este tipo de personas absolutamente imposible y mantener un proyecto a largo plazo insostenible, lo que da como resultado una pauta conductual errática, inconsistente, inestable o impredecible de vivir al día y fiarlo todo a las propias fuerzas. A este tipo de fenómenos relacionados con el desapego y que consiste en desconfiar de los aportes del medio fiándolo todo a las propias fuerzas mediante un cierre de la socialización, lo conocemos con el nombre de trastorno borderline o limite de personalidad y está relacionado con la búsqueda de novedades (BN).
En realidad se trata de un mecanismo común que fue descrito por Bowlby con el nombre de apego ansioso y que comparten los border-line con una enorme cantidad de sujetos que pueden ser etiquetados como disociales y que tienen en común crianzas presididas por un apego insuficiente, frágil o impredecible a partir de sus figuras de referencia. Lo usual es que este tipo de personas tampoco sean capaces de identificarse con los modelos morales de sus progenitores dado que su ventana plástica para la imitación ha quedado cerrada y se muestran incapaces de cualquier tipo de internalización que proceda del ambiente, lo que conduce a restricciones graves de la cualidad de empatizar con los demás, un potente inhibidor de las conductas agresivas. Este tipo de personas quedan sometidos a sus propios medios a la hora de regular tanto su conducta como sus estados internos, dado que son incapaces de obtener tranquilización, sosiego o control por medio del establecimiento de una relación cálida con sus progenitores y sus iguales. Tienden entonces a regularse mediante drogas, conductas estereotipadas, erráticas o peligrosas como medio de autoadministrarse tranquilización, activación o motivación y conductas erróneas en la valoración del riesgo (AP de Cloninger). Algunos de ellos derivan hacia conductas de parasitismo, son extremadamente demandantes y manipuladores (los histriónicos), otros derivan hacia pautas conductuales transgresoras, se transforman en delincuentes o en vagabundos (antisociales). Los más adaptados de entre ellos, que son lo que reciben la etiqueta de border-lines genuinos viven en un mundo impredecible, con continuas disregulaciones del humor, utilizan mecanismos de recompensa tóxicos o conductas de riesgo para estimularse o tranquilizarse. Pareciera como si carecieran de la capacidad de lograr sensaciones de plenitud, placidez o de serenidad por sus propios medios y sin embargo ninguno de ellos es –conceptualmente hablando- un psicótico a pesar de parecer siempre al borde de la descompensación, entre esta población se han descrito bajas tasas de actividad MAO plaquetaria (Carrasco 1994)
En este sentido vemos como las relaciones entre la consecución del placer mediada por el sistema opioide puede desplazarse a la vía dopaminérgica transformando aquella dificultad de lograr satisfacción en una conducta de búsqueda y exploración que casi siempre es disadaptativa en tanto que aleja al sujeto de las soluciones más adaptativas y le pone continuamente en situaciones de riesgo. Podemos concluir que el daño que sufren los sujetos disociales es una combinación que procede de la desensibilización del sistema opioide (Gilbert 1989) en etapas tempranas del desarrollo y que termina por trasladarse a la vía dopaminérgica, que incompleta, sólo alcanza a repetir y a proponer conductas exploratorias sesgadas en la vía más disadaptativa que el individuo podría elegir a partir de sus déficits de socialización. Algunos autores (Lilienfeld, 1986) han señalado que estos fenotipos pueden depender de un solo genotipo que adopta una u otra fachada en relación con el sexo, así los hombres tendrían más riesgo de conductas y fenotipos psicopáticos mientras que las mujeres tendrían más riesgo de padecer un trastorno histriónico o border-line e incluso un síndrome de Briquet.
Sin embargo, si el sistema opioide (consumación del placer) puede resultar dañado a partir de experiencias reales o imaginadas es precisamente por su enorme versatilidad o plasticidad y por la capacidad de la memoria de guardar las experiencias sensibilizantes junto a las experiencias de hábito. La evolución pudo haber previsto también que determinados individuos en una determinada comunidad fueran más arriesgados, resistentes al dolor y a la fatiga, se fiaran más de sus propios medios y no tuvieran demasiados escrúpulos a la hora de escindirse del clan. Otra vez el tema de los recursos alimentarios puede estar en la base de la selección natural de este tipo de conductas, puesto que si no hubiera este tipo de individuos, el clan podría crecer demasiado, hacerse demasiado conformista y complacido debido a un sistema opioide demasiado estimulado y por tanto “perecer de éxito”, es relevante decir ahora que la gratificación disminuye la activación, mientras que la búsqueda la aumenta. Desde el punto de vista evolutivo es posible pensar que la selección operara de forma que determinados individuos prescindibles fueran sacrificados en aras de diseminar distintas estrategias para maximizar la disponibilidad de recursos y sobre la conveniencia de acumularlos o partir en busca de otros nuevos y quizá más abundantes. En este sentido tanto la conducta de acaparar como la de robar pueden ser conductas ampliamente diseminadas en los genes de los individuos por la evolución. O dicho de otro modo: tan adaptativa pudo resultar entre nuestros ancestros la conducta de exploración de aquellos que mantenían un sistema opioide en buen estado como la de aquellos –inconformistas- que no confiaban en los demás y tendían a escindirse. Si de lo que se trataba era de sobrevivir es muy probable que ambas estrategias combinadas podían dar mejor resultado para el grupo que la estrategia considerada óptima: regularse en función del medio ambiente.
De este modo podemos clasificar las conductas en tres grandes grupos de estrategias:
1.- Las conductas afiliativas, dependientes y apegadas, que podrían corresponderse con el cluster C y a la depresión como modelo clínico de referencia.
2.- Las conductas desafiliativas, los raros, bizarros y excéntricos que podrían corresponderse hoy con el cluster A y la esquizofrenia como fenotipo clínico.
3.- Las conductas oscilantes que recorren el eje de la afiliación a la desafiliación en una continua búsqueda de referentes de apego, de control externo y de provisión de afecto, reglas y castigo y que podrían corresponderse con el fenotipo inestable.
 POSIBLES ENDOFENOTIPOS DEL FENOTIPO INESTABLE
Promiscuidad sexual
Búsqueda de sensaciones y de riesgo
Inestabilidad emocional y disregulación del humor
Tendencia a la búsqueda de sensaciones artificiales (activación-tranquilización)
Sistema cerrado de aprendizaje
Búsqueda de objetos idealizados y fácilmente decepcionantes
Oscilación entre afiliación y desafiliación
Insuficiencia de internalizaciones
Incapacidad para mantener proyectos a largo plazo
Intolerancia a la frustración

DOPAMINA Y REPRODUCCIÓN
La conducta reproductiva es después de la conducta de autopreservación la segunda en importancia en la jerarquía de motivación de los Sapiens. Pasar los propios genes a la siguiente generación es el objetivo de cualquier ser vivo y aunque no todos lo consiguen, podemos afirmar que desde el punto de vista teleológico es el objetivo final de la vida: la transmisión de los propios genes a la siguiente generación.
El único ser vivo que puede tener averías tanto en su instinto de preservación como en su motivación reproductiva es el ser humano, precisamente a partir de su enorme inteligencia o lo que es lo mismo a partir de su casi infinita capacidad simbólica que procede- no obstante- de su condición de ser inconcluso. Tan inconcluso que puede mediante su inteligencia acallar el propósito, la motivación esencial que debiera guiar su vida y que no obstante y aunque pueda electivamente quitarse la vida o no reproducirse el ser humano es victima de las mismas conspiraciones sociales que los animales sufren para sobrevivir o reproducirse. Nuestra sensación de libertad es pues discutible.
Lo que quiero decir es que aunque una persona decida quitarse la vida o no dejar descendencia, los motivos por los que va a poner en práctica esta conducta están condicionados, por las mismas leyes que en los animales fuerzan a todo lo contrario: preservar la vida y/o reproducirse. Se trata de motivaciones etológicas que proceden del rango y la afiliación (Stevens y Price 2000)
-                      Para reproducirse el hombre como el animal precisan alcanzar un determinado rango, resultar atractivo para una hembra, bien por su apariencia física, bien por su habilidad para construir madrigueras o por su estatus social. Es evidente que cualquiera que sea la razón un macho necesita resultar atractivo para una hembra si quiere reproducirse. Existe otra opción: el sexo forzado o violación que es seguro que no ha sido borrada del catálogo de posibilidades reproductivas de determinados machos.
-                      Además del rango social que de por si puede resultar en nuestra especie un poderoso atractor para las hembras es posible además obtener el beneficio de la reproducción desde un bajo rango, siempre y cuando se conserven ciertas habilidades afiliativas. He nombrado el “atractivo viril”, vinculado a ciertas conductas demostrativas de rango y también nombraré a un aspecto de la selección sexual: determinados machos pueden ser atractivos para las hembras no por su fuerza, vigor o habilidad para la caza, sino por el hecho de ser un buen padre, cantar canciones o bailar animosamente.
Pareciera como si la evolución hubiera diseminado varias posibilidades conductuales entre el patrimonio genético de la humanidad a fin de asegurar múltiples estrategias de apareamiento en función de aquellas tres posibilidades conductuales, afiliación (tasas reproductivas altas), desafiliación (tasas bajas) y conductas oscilantes que son precisamente los que tienen las tasas reproductivas más altas.
                La promiscuidad es una estrategia evolutivamente estable, del mismo modo que la monogamia o la poligamia. Las tres son EEE (estrategias evolutivamente estables) en el sentido de Trivers. Lo que nos lleva a concluir que si el individuo border-line o limite existe es precisamente porque la promiscuidad sexual preserva su linaje, lo que es lo mismo que admitir que los síntomas que le aquejan: impulsividad, agresividad, vacío emocional, conducta errática, están probablemente determinados por los mismo genes que buscan en la promiscuidad su “inmortalidad” y que aunque hoy se hayan hecho inadaptativos no es en su cerebro donde cabe buscar el origen de la disadaptación sino en las formulas de vida a que deben acoplarse.
                La vida de los Sapiens modernos, me refiero a la vida de los Sapiens opulentos no deja demasiado resquicio a las conductas de riesgo, de búsqueda o de exploración, más allá de algunas excursiones guiadas. Vivimos en ciudades invivibles y deshumanizadas, con demasiada población compartiendo unos recursos naturales cada vez más esquilmados. El mayor problema con el que se enfrentará el ser humano del futuro será la sobrepoblación relativa, en el sentido de que la mayor parte de la población se aglutinará alrededor de determinados círculos opulentos, lo que no hará sino agravar el problema del abastecimiento, después de esquilmar los recursos naturales  disponibles. Pero no solamente la sobrepoblación resulta una amenaza en cuanto a la distribución de recursos alimentarios, energéticos o hídricos, sino la propia dinámica de los que se conoce en etología como hábitats densos.
Un hábitat denso es un ecosistema donde se dan cita múltiples especies. Sobrevivir en un hábitat denso tiene como resultado adaptarse a un ecosistema sobrepoblado donde la única forma de supervivencia es hacerse con un nicho ecológico. A este nicho ecológico se le conoce con el nombre de especialización. Especializarse en tareas distintas pero sinérgicas con el conjunto del sistema es la forma adaptativa que toma la vida en las formaciones coraliferas por ejemplo. Para el Sapiens que no tiene depredadores naturales y que ha terminado con todos sus competidores la agresión toma la forma de agresión intraespecifica y la especialización toma la forma de competencia intraespecifica y los nichos ecológicos toman la forma de “profesiones” o tareas especificas que sirven al conjunto de la comunidad. La progresiva necesidad de especialización corre pareja a la sobrepoblación de los hábitats densos que conocemos como ciudades, lo que es lo mismo que decir que las destrezas derivadas de la complejidad de estas especializaciones deja afuera a aquellas personas con deficiencias de aprendizaje vinculadas a la debilidad de su sistema dopaminérgico que son precisamente los que más se reproducen lo que nos lleva a la predicción de que estos hábitats densos que llamamos ciudades sobrepobladas son el nicho ecológico de las personalidades del cluster B (antisociales, histriónicos y limites), dado que son los que resultan más osados a la hora de emigrar pero donde no hacen sino desadaptarse más y más.
No estoy presentado un panorama desolador desde el punto vista del futurible práctico porque estoy convencido de que los sistemas naturales se autorregulan, es decir sólo pueden tolerar una cierta cantidad de individuos no especializados. Quizá sea esta la razón por la que este tipo de personas presentan una vida más corta, tengan más accidentes en función de sus conductas de riesgo y tiendan al suicidio con más frecuencia que la población general. Es muy posible que la evolución a través de un gen o un grupo de genes “cooperando entre si”, diseminara una estrategia conductual de individuos prescindibles con un estilo de vida presidido por el “vive deprisa y muere pronto” con dos objetivos fundamentales: presionar en el sentido de la oscilación entre conductas afiliativas y desafiliativas en función de las necesidades ambientales y presionar en la dirección de que este tipo de personas tuvieran una vida más corta como un medio de evitar que toda la población acabara por contener genes desafialiativos lo que podría resultar letal para la supervivencia de la especie.
En la siguiente tabla describo algunos parámetros conductuales relacionados con las conductas afiliativas y desafiliativas, siendo el Cluster B de la personalidad el que acumula mayor numero de individuos oscilantes , es decir, los que alternan conductas afiliativas y desafiliativas en una continua búsqueda y exploración de ambos modos.
Modo afiliativo
Modo desafiliativo
Modo oscilante
Reproducción
Normal
Baja
Muy alta
Búsqueda de sensaciones
Aversión
Escape
Deseo
Atractivo
Apariencia
Carisma
Indiferenciado
Estilo social
Gregario
Escisión
Escape revertido
Relación objetal
Dependencia
Esquiva
Fusional
Psicopatología
Compulsión
Indiferencia afectiva
Impulsividad
Relación con el estimulo
Complacencia
Anhedonia
Búsqueda o craving

SISTEMA DOPAMINÉRGICO Y AUTOCONCIENCIA
La recursividad de la conciencia es privativa del genero homo. Existen pruebas de que otros homínidos han sido capaces de “pensarse a si mismos” y de tener por lo tanto una “teoria de la mente”, es decir saber-conocer que el resto de congéneres son “no sólo un bulto que hay que tolerar” como sucede entre los animales, sino sobre todo un prójimo que posee también una mente y una teoría sobre si mismo y sobre mí (M. Smith, 2001). Precisamente por esta razón el suicidio y el homicidio solo son posibles entre el Sapiens, ningún animal sabe que es finito y morirá y que por tanto puede suicidarse, adelantándose al imprevisto de esa fecha. Y ningún animal comete homicidio porque para el animal ningún congénere que no sea su hijo o una hembra contiene interés alguno, sólo se percibe como rival y los rivales tienen tendencia a devolver los golpes, de manera que una buena estrategia de supervivencia es eludir los enfrentamientos a muerte (Dawkins 2002). Pero aunque estos no pudieran inhibirse ningún animal tiene conciencia de estar cometiendo un crimen, en cualquier caso se trata de un conflicto de intereses, el animal es incapaz de tener una teoría acerca de la mente de cualquier congénere.
El Sapiens es un mono irascible pero poco agresivo si lo comparamos con otros simios o incluso con los aguerridos gansos o pececillos de coral, pero que a cambio tiene la posibilidad de su inteligencia y del uso e invención de armas lo que le convierte en un depredador sin precedentes en los ecosistemas en los que habita. Paralelamente y a causa de su escasa agresividad y armamento natural (cuernos, garras o dientes) el ser humano no ha desarrollado sistemas de inhibición para su agresividad y lo ha fiado todo al raciocinio. La delicada y delgada corteza cerebral es pues la única posibilidad de inhibición que la evolución ha previsto para neutralizar el instinto agresivo del Sapiens pervertido por su inteligencia y por los instrumentos de su invención, lo que le ha dejado sin ninguna duda desprovisto de sistemas de contención seguros y fiables.
Sistemas de inhibición que deben pues aprenderse. Pero aprender se realiza en un contexto de apoyo, amor y confianza, dado que los aprendizajes se establecen básicamente por imitación. Nuestros pacientes del cluster B que han vivido en ambientes aterradores, no han podido aprender sistemas de inhibición sino una forma de “identificación con el agresor” para neutralizar el pánico, controlarán mal su agresividad y darán lugar a un cluster conductual que conocemos con el nombre de impulsividad. La impulsividad debe considerarse no como una señal neurobiológica diferente cualitativamente de la agresión, pero que no es sino el resultado de la escasez o defecto de los sistemas inhibitorios que se oponen a esa señal. Estos sistemas inhibitorios proceden básicamente de la corteza cerebral prefrontal y tienen relación con la vía mesocortical dopaminérgica, la vía desde donde se establecen sistemas inhibitorios socializados y consensuados acerca de la discriminación de las conductas tolerables de las intolerables respecto a nuestros congéneres. Otro modo potente de inhibición es el miedo, los sujetos hipofóbicos serán por definición más impulsivos que los timoratos, también la empatía es decir la capacidad de simular mentalmente las sensaciones de los otros a partir de la experiencia previa en sí mismo es un potente inhibidor por no hablar de los valores morales que son sin duda el más potente inhibidor de las conductas impulsivas o agresivas.
Poseer valores morales implica mantener un cierto nivel de metapreferencias como eje director de la conducta. Las metapreferencias son metaeventos que una vez instalados en nuestro sistema creencial se comportan como impulsores de motivación de un modo automático y resultan muy difíciles de extinguir. Muy probablemente las metapreferencias no se establecen mediante procesos de identificación o internalización de conductas ajenas, sino de un modo independiente, tal como Freud suponía que se formaba el Ideal del Yo.
Para Freud Ideal del Yo no era equivalente al Superyó, al que se obedece por temor al castigo (o evitación del peligro) sino por amor (o lealtad con algo). Pero se trata de una clase amor narcisista es decir en espejo, la potencialidad recursiva de la conciencia de “imaginarse o pensarse a si misma” como objetivo de si misma. La condición de la metapreferencia es precisamente la condición de la conciencia de resultar recursiva, vuelta hacia si misma en un repliegue que hace del Yo la garantía motivacional que guía la conducta
Las metapreferencias son cambiantes pero han existido siempre en otras formas y otras descripciones que se encuentran engranadas con el sistema creencial de cada época y de cada sociedad concreta y que si puede encontrar un entorno desde donde difundirse es precisamente a partir de la apertura de nuestro sistema dopaminérgico, siempre en colisión y artefactado con un medio ambiente determinado. Esta es la razón que explica que los síntomas psiquiátricos de ayer ya no se consideran síntomas hoy, sino que los síntomas son constructos que se edifican desde la pragmática social (Berrios 1995) y es quizá la explicación del por qué en nuestra cultura presidida por la competitividad, el hacinamiento, la opulencia y la posibilidad de explorar estados internos por medios de drogas u otros medios capte un enorme ejercito de “consumidores de experiencias” y un buen numero de individuos oscilantes, al mismo tiempo que disminuye la incidencia de individuos desafiliados al haber desaparecido la necesidad social del carisma que es muy probablemente el endofenotipo de la esquizofrenia (S. Juan 2004).

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Autor: FRANCISCO TRAVER TORRAS ©
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