LA DOPAMINA
Y EL CLUSTER B DE LA PERSONALIDAD
Francisco Traver Torras
Director de Área de Salud mental
Hospital Provincial
Castellón
La
dopamina es un neurotransmisor que procede del metabolismo de la tirosina, un
aminoácido no esencial que puede ser sintetizado por el organismo a partir de
la fenilalanina, de la que nacen distintas vías metabólicas una de las cuales
está relacionada con la síntesis de melanina y la pigmentación de la piel y
otra, la ruta de la dopamina y la noradrenalina, ambas vías se conocen como la
ruta de las catecolaminas
La
dopamina es la catecolamina más abundante e importante desde el punto de vista
neurobiológico porque presenta una localización encefálica más elevada que la
noradrenalina y, por tanto, su repercusión comportamental es más elevada Los
cuerpos celulares de las neuronas que contienen dopamina se localizan
principalmente en el cerebro medio. Las neuronas que contienen dopamina pueden
dividirse en tres grupos principales: nigroestriadas,
mesocorticales y tuberhipofisales.
El principal tracto dopaminérgico en el cerebro se
origina en la zona compacta de la sustancia negra, y proyecta axones que
proporcionan una densa inervación al núcleo caudado y al putamen
del cuerpo estriado; aproximadamente un 80% de toda la dopamina que se
encuentra en el cerebro se halla en el cuerpo estriado.
Hay, asimismo,
presencia dopaminérgica a nivel talámico
e hipotalámico, de una manera menos concreta, por lo
que se habla de proyecciones inespecíficas que se proyectan sobre las estructuras
hipotálamo-hipofisarias y tienen una clara
repercusión en la regulación de la economía y el metabolismo orgánico a través
de la secreción de factores de liberación de las hormonas hipofisarias.
La biosíntesis
de la dopamina está intrínsecamente relacionada con la NA. Sin embargo, aunque
su degradación está sujeta a los mismos sistemas enzimáticos, difiere en
función de cual sea el primer sistema enzimático que actúe. Si actúa la monoaminooxidasa (MAO) se produce el ácido 3,4 dihidroxifenilacetico (DOPAC), que es un metabolito final
de la dopamina; si actúa la COMT, hay un metabolito intermediario, la 3-metoxitiramina, momento en el cual interviene la MAO
produciendo el producto final de la degradación, el ácido homovanílico
(AHV). La liberación es similar a la de la NA, siendo las anfetaminas unos
potentes liberadores. Son inhibidores los a-hidroxibutiratos
y la reserpina, que es también un depleccionante
de la DA al igual que ocurría con la NA.
Por otra parte,
la recaptación no debe seguir el mismo camino que la
NA, puesto que los antidepresivos tricíclicos no la
afectan y sin embargo, sí la anfetamina y la benzotropina.
Los agonistas de los receptores de dopamina, más
conocidos son la cocaina, las anfetaminas, la bromocriptina, la amantadina, el bupropion y la L- Dopa.
Actualmente se
aceptan dos receptores dopaminérgicos centrales: D1
y D2, y otros dos receptores dopaminérgicos
periféricos: DA1 y DA2. Los receptores D1 son postsinápticos y los D2 postsinápticos
y presinápticos. Los receptores D1 utilizan
el segundo mensajero (AMPc) para su actuación y su
consecuencia immediata es la activación de la adenilatociclasa. Sin embargo, los receptores D2
inhiben la actividad de la adenilatociclasa. Es, por
tanto, indudable que las consecuencias de su alteración funcional, así como de
la actividad de agonistas y antagonistas dependerá de la densidad de receptores de uno u otro tipo
que se presenten en las estructuras encefálicas y del umbral de sensibilidad
que presentan en respuesta a la dopamina. Parece ser que los receptores D1
son mayoritarios en las proyecciones nigroestriadas y
mesolímbicas y que las D2 lo son en las
proyecciones mesocorticales. Los receptores D1
modifican sus umbrales y presentan una mayor sensibilidad en la esquizofrenia y
no en el Parkinson; luego sus antagonistas podrían tener un buen efecto antipsicótico sin alterar la regulacion
motora. La densidad de los receptores D2 es mayor en la
esquizofrenia y en el Parkinson, por lo que sus antagonistas podrían presentar
fuertes efectos antipsicóticos, pero también
extrapiramidales. A nivel periférico, el receptor DA1 es postsináptico y el receptor DA2 es presináptico o autorreceptor.
Los agonistas dopaminérgicos presinápticos podrían ser definidos como antipsicóticos al controlar la liberación de dopamina,
mientras que los agonistas dopaminérgicos
postsinápticos, como la apomorfina, que es un
agonista D1 y D2 ofrecería una clara consecuencia psicótica y extrapiramidal.
Un antagonista
D1 selectivo tendría un valor potencial antipsicótico
muy importante al no producir efectos extrapiramidales. En la enfermedad de
Parkinson hay, como hemos referido, una degeneración de la sustancia negra y
consecuentemente una deficiente proyección dopaminérgica
sobre el núcleo caudado y putamen; éstos, a través del
pálido, regulan la actividad motora. Parece ser que las neuronas del estriado
están reguladas por la acetilcolina, cuyo papel es excitador, y la dopamina,
que tiene una acción inhibidora al estar regulada por el GABA; al faltar esta
última se producen muchos efectos motores extrapiramidales que resultan de una
hiperactividad colinérgica. En terapéutica del
Parkinson, como la DA no atraviesa la barrera hematoencefálica,
se ha recurrido a la L-dopa, que es el precursor inmediato y que a su vez se
administra con carbidopa que la protege de la acción enzimática degradante de la MAO, lo que permite que las
dosis de L-dopa sean mucho más reducidas, garantizando así una menor presencia
de los efectos periféricos indeseables.
El problema de
estos antipsicóticos ha sido y sigue siendo, la
tremenda repercusión sobre la regulacion motora
provocada por sus efecto antidopaminérgicos, y sobre
todo, la cronicidad de su tratamiento, algo que se ha minimizado en parte con
el uso de los antipsicóticos atipicos.
De ahí que actualmente se incida en la utilización de antidopaminérgicos
selectivos, de manera que antagonizando o bloqueando
los receptores dopaminérgicos D2 el efecto
no sea generalizado, sino que la actuación se circunscriba a áreas cerebrales
concretas, con lo que podríamos perfectamente situar una acción de bloqueo D2
en el sistema límbico que no afecte a los receptores
D2 de los núcleos grises basales, evitando
por tanto cualquier efecto de tipo motor al no alterar la funcionalidad de las vias extrapiramidales.
LA VIA DOPAMINERGICA MESOLIMBICA Y EL
PLACER
Se
admite que la via dopaminérgica
mesolimbica a través del neurotransmisor dopamina es
la responsable del placer y la recompensa cerebrales y aún: que la vía dopaminérgica es un metasistema
que regula todos los demás, opioide, noradrenérgico, serotoninérgico,
GABA, glutamato y cannabinoide.
Esta relación procede de la observación de una conducta exploratoria concreta
que conocemos con el nombre de “craving”, es decir la tendencia a
repetir un estimulo que en otro tiempo resultó placentero, mediante una
conducta de búsqueda y aproximación al citado estimulo.
Dicho de otro
modo: las vías de entrada al placer son múltiples, siendo la vía dopaminérgica la que se encarga de reforzar las conductas
de búsqueda (craving). En este sentido se admite que la vía o sistema opioide regula la consumación del placer, en contraposición
a la idea de repetición que necesita de otro sistema metaregulador
que active o desactive la conducta de craving o búsqueda.
Esta consideración de metamodelo
con el que concebimos el sistema dopaminérgico mesolímbico, la vía final del placer, explica la razón por
la que distintas sustancias químicas – diferentes entre si- tienen la potencial
acción de procurar placer y lo hacen mediante acciones especificas en otros
sistemas distintos a la propia vía dopaminérgica mesolímbica. Por ejemplo el tabaco a través de la nicotina
no ejerce su acción directamente operando sobre la dopamina sino a través de la
estimulación colinérgica. La morfina o los derivados
opiáceos, lo hacen a través del sistema opioide
endógeno, el alcohol a través del sistema GABA y el cannabis a través de la anandamida, el único alelo químico cannabinoide
conocido en la actualidad. Tan sólo la cocaína y las anfetaminas parecen operar
directa y preferentemente sobre el sistema dopaminérgico,
lo que parece indicar que la obtención de placer se asienta en múltiples vías
de neurotransmisores y que la vía dopaminérgica
aunque puede ser estimulada directamente parece tener una función metareguladora en el resto de los sistemas.
Aun siendo el
neurotransmisor más abundante en nuestro cerebro, muy probablemente la dopamina
funciona como tal desde hace relativamente poco tiempo, hablando en términos
evolutivos. La dopamina es un precursor de la noradrenalina y parece que su
conversión en neurotransmisor directo es – a juzgar por el enorme polimorfismo
de la estructura proteinica de sus receptores-
bastante reciente y está relacionada con la corteza cerebral y los procesos
asociativos del cerebro del Sapiens, también con lo que ha venido en llamarse
conciencia recursiva o autoconciencia (la capacidad de la conciencia de
pensarse a si misma) y de la regulación de metaeventos
relacionados, no sólo con la memoria sino también con los sistemas
desiderativos, normas morales o aspiraciones éticas
La via dopaminérgica mesolímbica puede simbolizarse mediante una autovía de tres
carriles y tres funciones:
-
La via de la recompensa
-
La via de la activación
-
La via de la motivación
La
dopamina y a través de la via dopaminérgica
mesolimbica no sólo regula la aproximación a la
recompensa mediante el mecanismo del craving, sino que enciende y apaga
el sistema de activación (arousal) relacionado
con la necesidad de buscar algo. Este mecanismo está íntimamente unido al
fenómeno neurobiológico de la motivación, la dirección o ruta a la que tiende
cualquier búsqueda. Contrariamente a las ideas de Freud relativas a la búsqueda
de placer o evitación del dolor, parece que desde el punto de vista jerárquico
las motivaciones de mayor peso para el ser humano son, por este orden:
-
La supervivencia
-
La reproducción
-
El placer o bienestar propios
-
El bienestar de la progenie (inclusive fitness)
El placer,
pues, no es el principal objetivo de la orientación motivacional
de los Sapiens, sino en primer lugar la supervivencia del propio organismo y en
segundo lugar la reproducción, es decir el pase a la siguiente generación de
los genes individuales. Esta teorización procede de
la evidencia de que la adicción a sustancias tóxicas no puede explicarse del
todo mediante el modelo del placer-recompensa. Efectivamente, la adicción a
determinadas sustancias puede resultar aversiva para
el principiante y aún así persistir en el consumo de tal o cual droga hasta
llegar a un patrón de dependencia o abuso, además podemos ser adictos a
conductas determinadas que no implican ninguna sustancia química, en lo que se
conoce como adicciones sin droga. Esta evidencia supone que la vía dopaminérgica mesolímbica no
solamente se ocupa de recompensar las conductas adictivas puntuales que
provocan placer sino todas aquellas que fortalecen el sentimiento de supervivencia
o de atractivo sexual, que son precisamente los parámetros que se
incrementan en las situaciones de intoxicación. Al margen de diferentes efectos
específicos de las distintas drogas sobre el cerebro la consecución de placer
está ligada a dos variables: la euforia y la sedación en partes bien distintas
dependiendo de la droga empleada o si se quiere en términos más
neurobiológicos, la regulación al alza o a la baja de la activación o arousal. Este efecto afectivo de las drogas
no es especifico de ninguna de ellas, y también puede
conseguirse mediante otro tipo de estímulos ambientales: el esfuerzo
prolongado, el juego, el riesgo y la búsqueda de sensaciones o la comida.
Sensaciones que a veces se encuentran relacionadas con experiencias
intelectuales, estéticas o espirituales y que comparten el mismo mecanismo que
ha sido llamado “éxtasis”, un fenómeno de intensificación del afecto descrito
con el nombre de “tormenta límbica”. Un fenómeno de kindling (encendido) que logra a veces, constituir un coctail de neurotransmisores que traducidos
en términos clínicos y conductuales son una mezcla de euforia y confort que
estimulan o engrandecen nuestro autoconcepto
y nuestra autopercepción de atractivo (Newlin, 2002) considerándose el resto de fenómenos:
alucinaciones, ansiedad, agresividad, o distorsiones formales del pensamiento
como epifenómenos o efectos adversos de la experiencia de placer propiamente
dicha y a otros como la potenciación cognitiva, la neuroprotección
o el alivio del dolor correlatos terapéuticos de estos mismos efectos
centrales.
No puede
extrañarnos que nuestra vía dopaminérgica recompense
estímulos que en si mismo pudieran resultar aversivos,
como el vómito, las carreras de fondo o el juego en el que se arriesga y pierde
dinero. Si aplicáramos a rajatabla el modelo del placer-recompensa este
hallazgo por si mismo desmentiría el modelo y mucho más si estamos de acuerdo
en admitir que muchas conductas disadaptativas como
el consumo de drogas resultan atractivas para determinadas parejas sexuales y
tienen mucho que ver con el riesgo que los varones precisan poner en juego para
poder reproducirse . Sucede entre las personas y también en el reino animal, Zahavi ha señalado que en algunas especies los machos son
elegidos por las hembras a pesar de sus hándicaps
físicos como sucede en los pavos reales que lucen plumas demasiado largas para
el vuelo o demasiado llamativas para los depredadores. En términos evolutivos
está admitido que la reproducción para los machos necesita apoyarse en una
serie de conductas demostrativas que les hagan atractivos a la vista de las
hembras y que al mismo tiempo resulten en una disuasión para los competidores.
Existen pruebas de que la evolución ha preservado sobre todo la reproducción
sobre otras consideraciones, por ejemplo la depresión y los trastornos
afectivos son más frecuentes en la mujer porque el hombre necesita poner en
juego durante su edad reproductiva un mayor ímpetu, riesgo e iniciativa que la
mujer en la búsqueda de pareja. La evolución ha preservado en este caso el
riesgo que sobre la reproducción tiene la patología depresiva en el macho, mientras
que en el caso de las adicciones sucede al revés, dado que la drogadicción es
una conducta demostrativa de riesgo y además no interfiere en la reproducción,
puesto que los efectos de las drogas, al menos las más consumidas como el
alcohol no interfieren en la fertilidad de sus consumidores y sus efectos disadaptativos tardan años en manifestarse.
Quizá porque
el sistema dopaminérgico es relativamente reciente
resulta enormemente vulnerable al tiempo que plástico, algo relacionado con el
polimorfismo de los receptores D4, de los que se conocen al menos 11 variedades
siendo la de 2, 4 y 7 repeticiones las más frecuentes en el hombre y que
correlacionan con el factor “búsqueda de novedad” de Cloninger.
Hablando en
términos macroscópicos podemos afirmar que pequeñas variaciones individuales en
su configuración dejan al individuo en una situación de riesgo para múltiples
adicciones, no solo a las drogas, también a múltiples conductas impulsivas bajo
el paradigma de la repetición. En este sentido algunos autores proponen la idea
de que la evolución no ha terminado (Ayala, 1994) o que el hombre es un
proyecto inconcluso en palabras de Heidegger. Lo
cierto es que al menos nuestra vía dopaminérgica mesolímbica es un proyecto inconcluso o por decirlo en
términos de la teoría de los sistemas: un sistema abierto. Y lo es por una
razón fundamental: el genero Homo, es un linaje que modificó sus planes de vida
en función de la limitación de los recursos, sobre todo alimentarios, pero
también son de señalar las inclemencias climáticas, esta incertidumbre respecto
a los recursos disponibles aconsejaba una continua disponibilidad de las
conductas de aproximación y exploración como las más adaptadas en base a
conseguir alimentos y protección frente al frío, este diseño ha sido reconocido
incluso en la mosca de la fruta (drosophila melanogaster) en la que se han descrito dos genes (genes
for) que correlacionan con la conducta de búsqueda y la conducta sedentaria y
que operan mediante la activación de la proteincinasa
(S. Juan 2004), ambas conductas se consideran adaptativas en función de los
recursos disponibles.
Producir un
diseño más completo en la vía dopaminérgica que
regula la conducta exploratoria hubiera convertido al hombre primitivo en una
especie de ser acomodado y negligente que no hubiera logrado sobrevivir en
hambrunas y glaciaciones de no ser precisamente por su tendencia a la búsqueda,
procedente precisamente de un deseo insaciable que emana de su cualidad de
criatura deficitaria.
Este diseño
incompleto puede llevar al individuo a confiar en el medio y no tanto en
decisiones en términos de costo/beneficio como forma de regular las señales que
precisa para obtener la motivación suficiente para explorar, algo que siempre
sucede entre los organismos que viven en ambientes irregulares donde los
recursos oscilan constantemente o no se encuentran distribuidos de forma
homogénea. En este sentido el deseo, la búsqueda y la exploración son fenómenos
que proceden de nuestra condición de seres incompletos. Nuestros ancestros evolucionaron
en un ambiente donde decidir si quedarse o partir podía resultar vital para la
supervivencia del grupo. Esta adaptación biológica a la incertidumbre ha
quedado hoy obsoleta y se comporta como un genoma lag,
es muy posible que muchas personas (o casi todas) sean vulnerables a las
conductas adictivas precisamente por la incompletud
de nuestro sistema dopaminérgico que resultó
adaptativo en un determinado tiempo pero que en una época de abundancia y sobre
todo de certidumbres con un tipo de vida predominantemente sedentaria condene a
nuestros coetáneos a conductas inadaptativas o que sean extraordinariamente sensibles a
hacerse adictos a cualquier cosa que obtenga recompensa en el sistema dopaminérgico, sea placentera o no, siempre que active la motivación.
APEGO Y SISTEMA DOPAMINÉRGICO
Vivir en un
cierto riesgo o mediante la búsqueda de algún tipo de sensación novedosa puede
considerarse adaptativo, pero deja de serlo en el momento en que estas
conductas se producen en entornos que entorpecen otras pautas de conducta
mayormente adaptativas. Algo así parece suceder entre los individuos disociales que añaden
este tipo de conductas a un contexto donde además no existen sistemas
convencionales de contención del riesgo. Según Cloninger
la búsqueda de novedades (BN), , la evitación del peligro (EP) y la dependencia
de la recompensa (DR) son las variables innatas que se relacionan entre los
ejes del apego y la búsqueda de recompensas y representan un modelo
tridimensional desde el que imaginar las posibles combinaciones.
Aquellos que
son criados en ambientes aterradores, inconsistentes, negligentes o
deficitarios en atenciones, ternura o reglas de convivencia tienden a
configurar un patrón de vida que se caracteriza precisamente por una
incapacidad para aplazar cualquier tipo de gratificación, resultando
refractarios e intolerantes a la frustración, es decir se convierten en
individuos dependientes de la recompensa inmediata (DR).
Pero no sólo
ellos, a veces esta incapacidad también
la podemos encontrar en niños o niñas que han sido criados en ambientes
normalizados y donde existen hermanos sanos que son la prueba evidente de que
no han sido sometidos a la exposición de aquellos sucesos de crianza negativa.
Esta paradoja se explica por las mínimas variaciones fenotípicas que se ponen
en juego en nuestros sistema de recompensa, algo así
como el “efecto mariposa” que caracteriza a los sistemas abiertos y no lineales
presididos por el orden del caos. Sucede porque precisamente la apertura de
nuestro sistema de aprendizaje permite agrupar nuestra experiencia al menos en
tres niveles: lo real, lo imaginario y lo anticipado. Nuestro cerebro
procesa todos estos eventos, procedan de donde procedan de un modo similar. Es
igual haber sido discriminado, maltratado o ignorado en la infancia que haber
percibido con mayor o menor razón el haberlo sido. En este sentido la
percepción subjetiva basta para provocar un accidente del sistema exploratorio
que consiste en edificar una estrategia rígida y constante parecida al “más
vale un pájaro en mano que cien volando”. Aplazar la gratificación, es
para este tipo de personas absolutamente imposible y mantener un proyecto a
largo plazo insostenible, lo que da como resultado una pauta conductual
errática, inconsistente, inestable o impredecible de vivir al día y fiarlo todo
a las propias fuerzas. A este tipo de fenómenos relacionados con el desapego y
que consiste en desconfiar de los aportes del medio fiándolo todo a las propias
fuerzas mediante un cierre de la socialización, lo conocemos con el nombre de
trastorno borderline o limite de personalidad y está
relacionado con la búsqueda de novedades (BN).
En realidad se
trata de un mecanismo común que fue descrito por Bowlby
con el nombre de apego ansioso y que comparten los border-line con una enorme cantidad de sujetos que pueden ser
etiquetados como disociales y que tienen en común
crianzas presididas por un apego insuficiente, frágil o impredecible a partir
de sus figuras de referencia. Lo usual es que este tipo de personas tampoco
sean capaces de identificarse con los modelos morales de sus
progenitores dado que su ventana plástica para la imitación ha quedado cerrada
y se muestran incapaces de cualquier tipo de internalización
que proceda del ambiente, lo que conduce a restricciones graves de la cualidad
de empatizar con los demás, un potente inhibidor de
las conductas agresivas. Este tipo de personas quedan sometidos a sus propios
medios a la hora de regular tanto su conducta como sus estados internos, dado
que son incapaces de obtener tranquilización, sosiego
o control por medio del establecimiento de una relación cálida con sus
progenitores y sus iguales. Tienden entonces a regularse mediante drogas,
conductas estereotipadas, erráticas o peligrosas como medio de autoadministrarse tranquilización,
activación o motivación y conductas erróneas en la valoración del riesgo
(AP de Cloninger). Algunos de ellos derivan hacia
conductas de parasitismo, son extremadamente demandantes y manipuladores (los
histriónicos), otros derivan hacia pautas conductuales transgresoras, se
transforman en delincuentes o en vagabundos (antisociales). Los más adaptados
de entre ellos, que son lo que reciben la etiqueta de border-lines genuinos viven en un mundo impredecible, con
continuas disregulaciones del humor,
utilizan mecanismos de recompensa tóxicos o conductas de riesgo para
estimularse o tranquilizarse. Pareciera como si carecieran de la capacidad de
lograr sensaciones de plenitud, placidez o de serenidad por sus propios medios
y sin embargo ninguno de ellos es –conceptualmente hablando- un psicótico a
pesar de parecer siempre al borde de la descompensación, entre esta población
se han descrito bajas tasas de actividad MAO plaquetaria
(Carrasco 1994)
En este
sentido vemos como las relaciones entre la consecución del placer mediada por
el sistema opioide puede desplazarse a la vía dopaminérgica transformando aquella dificultad de lograr
satisfacción en una conducta de búsqueda y exploración que casi siempre es disadaptativa en tanto que aleja al sujeto de las
soluciones más adaptativas y le pone continuamente en situaciones de riesgo.
Podemos concluir que el daño que sufren los sujetos disociales
es una combinación que procede de la desensibilización
del sistema opioide (Gilbert
1989) en etapas tempranas del desarrollo y que termina por trasladarse a
la vía dopaminérgica, que incompleta, sólo alcanza a
repetir y a proponer conductas exploratorias sesgadas en la vía más disadaptativa que el individuo podría elegir a partir de
sus déficits de socialización. Algunos autores (Lilienfeld, 1986) han señalado que estos fenotipos pueden
depender de un solo genotipo que adopta una u otra fachada en relación con el
sexo, así los hombres tendrían más riesgo de conductas y fenotipos psicopáticos
mientras que las mujeres tendrían más riesgo de padecer un trastorno
histriónico o border-line e
incluso un síndrome de Briquet.
Sin embargo,
si el sistema opioide (consumación del placer) puede
resultar dañado a partir de experiencias reales o imaginadas es precisamente
por su enorme versatilidad o plasticidad y por la capacidad de la memoria de
guardar las experiencias sensibilizantes junto a las
experiencias de hábito. La evolución pudo haber previsto también que
determinados individuos en una determinada comunidad fueran más arriesgados,
resistentes al dolor y a la fatiga, se fiaran más de sus propios medios y no
tuvieran demasiados escrúpulos a la hora de escindirse del clan. Otra vez el
tema de los recursos alimentarios puede estar en la base de la selección
natural de este tipo de conductas, puesto que si no hubiera este tipo de
individuos, el clan podría crecer demasiado, hacerse demasiado conformista y
complacido debido a un sistema opioide demasiado
estimulado y por tanto “perecer de éxito”, es relevante decir ahora que la
gratificación disminuye la activación, mientras que la búsqueda la aumenta.
Desde el punto de vista evolutivo es posible pensar que la selección operara de
forma que determinados individuos prescindibles fueran sacrificados en aras de
diseminar distintas estrategias para maximizar la disponibilidad de recursos y
sobre la conveniencia de acumularlos o partir en busca de otros nuevos y
quizá más abundantes. En este sentido tanto la conducta de acaparar como la de
robar pueden ser conductas ampliamente diseminadas en los genes de los
individuos por la evolución. O dicho de otro modo: tan adaptativa pudo resultar
entre nuestros ancestros la conducta de exploración de aquellos que mantenían
un sistema opioide en buen estado como la de aquellos
–inconformistas- que no confiaban en los demás y tendían a escindirse. Si de lo
que se trataba era de sobrevivir es muy probable que ambas estrategias
combinadas podían dar mejor resultado para el grupo que la estrategia
considerada óptima: regularse en función del medio ambiente.
De este modo
podemos clasificar las conductas en tres grandes grupos de estrategias:
1.- Las
conductas afiliativas, dependientes y
apegadas, que podrían corresponderse con el cluster C y a la depresión como
modelo clínico de referencia.
2.- Las conductas
desafiliativas, los raros, bizarros y
excéntricos que podrían corresponderse hoy con el cluster A y la esquizofrenia
como fenotipo clínico.
3.- Las
conductas oscilantes que recorren el eje de la afiliación a la
desafiliación en una continua búsqueda de referentes
de apego, de control externo y de provisión de afecto, reglas y castigo y que
podrían corresponderse con el fenotipo inestable.
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DOPAMINA Y REPRODUCCIÓN
La conducta
reproductiva es después de la conducta de autopreservación
la segunda en importancia en la jerarquía de motivación de los Sapiens. Pasar
los propios genes a la siguiente generación es el objetivo de cualquier ser
vivo y aunque no todos lo consiguen, podemos afirmar que desde el punto de
vista teleológico es el objetivo final de la vida: la transmisión de los
propios genes a la siguiente generación.
El único ser
vivo que puede tener averías tanto en su instinto de preservación como en su
motivación reproductiva es el ser humano, precisamente a partir de su enorme
inteligencia o lo que es lo mismo a partir de su casi infinita capacidad
simbólica que procede- no obstante- de su condición de ser inconcluso. Tan
inconcluso que puede mediante su inteligencia acallar el propósito, la
motivación esencial que debiera guiar su vida y que no obstante y aunque pueda
electivamente quitarse la vida o no reproducirse el ser humano es victima de
las mismas conspiraciones sociales que los animales sufren para sobrevivir o
reproducirse. Nuestra sensación de libertad es pues discutible.
Lo que quiero
decir es que aunque una persona decida quitarse la vida o no dejar
descendencia, los motivos por los que va a poner en práctica esta conducta
están condicionados, por las mismas leyes que en los animales fuerzan a todo lo
contrario: preservar la vida y/o reproducirse. Se trata de motivaciones
etológicas que proceden del rango y la afiliación (Stevens
y Price 2000)
-
Para reproducirse el hombre como el
animal precisan alcanzar un determinado rango, resultar atractivo para una
hembra, bien por su apariencia física, bien por su habilidad para construir
madrigueras o por su estatus social. Es evidente que cualquiera que sea la
razón un macho necesita resultar atractivo para una hembra si quiere
reproducirse. Existe otra opción: el sexo forzado o violación que es seguro que
no ha sido borrada del catálogo de posibilidades reproductivas de determinados
machos.
-
Además del rango social que de por si
puede resultar en nuestra especie un poderoso atractor
para las hembras es posible además obtener el beneficio de la reproducción desde
un bajo rango, siempre y cuando se conserven ciertas habilidades afiliativas. He nombrado el “atractivo viril”, vinculado a
ciertas conductas demostrativas de rango y también nombraré a un aspecto de la
selección sexual: determinados machos pueden ser atractivos para las hembras no
por su fuerza, vigor o habilidad para la caza, sino por el hecho de ser un buen
padre, cantar canciones o bailar animosamente.
Pareciera como
si la evolución hubiera diseminado varias posibilidades conductuales entre el
patrimonio genético de la humanidad a fin de asegurar múltiples estrategias de
apareamiento en función de aquellas tres posibilidades conductuales, afiliación
(tasas reproductivas altas), desafiliación (tasas bajas) y conductas oscilantes
que son precisamente los que tienen las tasas reproductivas más altas.
La promiscuidad es una
estrategia evolutivamente estable, del mismo modo que la monogamia o la
poligamia. Las tres son EEE (estrategias evolutivamente estables) en el
sentido de Trivers. Lo que nos lleva a concluir que
si el individuo border-line
o limite existe es precisamente porque la promiscuidad sexual preserva su
linaje, lo que es lo mismo que admitir que los síntomas que le aquejan:
impulsividad, agresividad, vacío emocional, conducta errática, están probablemente
determinados por los mismo genes que buscan en la promiscuidad su
“inmortalidad” y que aunque hoy se hayan hecho inadaptativos
no es en su cerebro donde cabe buscar el origen de la disadaptación
sino en las formulas de vida a que deben acoplarse.
La vida de los Sapiens modernos,
me refiero a la vida de los Sapiens opulentos no deja demasiado resquicio a las
conductas de riesgo, de búsqueda o de exploración, más allá de algunas
excursiones guiadas. Vivimos en ciudades invivibles y
deshumanizadas, con demasiada población compartiendo unos recursos naturales
cada vez más esquilmados. El mayor problema con el que se enfrentará el ser
humano del futuro será la sobrepoblación relativa, en el sentido de que la
mayor parte de la población se aglutinará alrededor de determinados círculos
opulentos, lo que no hará sino agravar el problema del abastecimiento, después
de esquilmar los recursos naturales
disponibles. Pero no solamente la sobrepoblación resulta una amenaza en
cuanto a la distribución de recursos alimentarios, energéticos o hídricos, sino
la propia dinámica de los que se conoce en etología como hábitats
densos.
Un hábitat
denso es un ecosistema donde se dan cita múltiples especies. Sobrevivir en un
hábitat denso tiene como resultado adaptarse a un ecosistema sobrepoblado donde la única forma de supervivencia es
hacerse con un nicho ecológico. A este nicho ecológico se le conoce con
el nombre de especialización. Especializarse en tareas distintas pero
sinérgicas con el conjunto del sistema es la forma adaptativa que toma la vida
en las formaciones coraliferas por ejemplo. Para el
Sapiens que no tiene depredadores naturales y que ha terminado con todos sus
competidores la agresión toma la forma de agresión intraespecifica y la
especialización toma la forma de competencia intraespecifica y los
nichos ecológicos toman la forma de “profesiones” o tareas especificas que
sirven al conjunto de la comunidad. La progresiva necesidad de especialización
corre pareja a la sobrepoblación de los hábitats
densos que conocemos como ciudades, lo que es lo mismo que decir que las
destrezas derivadas de la complejidad de estas especializaciones deja afuera a
aquellas personas con deficiencias de aprendizaje vinculadas a la debilidad de
su sistema dopaminérgico que son precisamente los que
más se reproducen lo que nos lleva a la predicción de que estos hábitats densos que llamamos ciudades sobrepobladas
son el nicho ecológico de las personalidades del cluster B (antisociales,
histriónicos y limites), dado que son los que resultan más osados a la hora de
emigrar pero donde no hacen sino desadaptarse más y
más.
No estoy
presentado un panorama desolador desde el punto vista del futurible práctico
porque estoy convencido de que los sistemas naturales se autorregulan, es decir
sólo pueden tolerar una cierta cantidad de individuos no especializados. Quizá
sea esta la razón por la que este tipo de personas presentan una vida más
corta, tengan más accidentes en función de sus conductas de riesgo y tiendan al
suicidio con más frecuencia que la población general. Es muy posible que la
evolución a través de un gen o un grupo de genes “cooperando entre si”,
diseminara una estrategia conductual de individuos prescindibles con un estilo
de vida presidido por el “vive deprisa y muere pronto” con dos objetivos
fundamentales: presionar en el sentido de la oscilación entre conductas afiliativas y desafiliativas en
función de las necesidades ambientales y presionar en la dirección de que este
tipo de personas tuvieran una vida más corta como un medio de evitar que toda
la población acabara por contener genes desafialiativos
lo que podría resultar letal para la supervivencia de la especie.
En la
siguiente tabla describo algunos parámetros conductuales relacionados con las
conductas afiliativas y desafiliativas,
siendo el Cluster B de la personalidad el que acumula mayor numero de
individuos oscilantes , es decir, los que alternan
conductas afiliativas y desafiliativas
en una continua búsqueda y exploración de ambos modos.
Modo
afiliativo
|
Modo
desafiliativo
|
Modo
oscilante
|
|
Reproducción
|
Normal
|
Baja
|
Muy alta
|
Búsqueda de sensaciones
|
Aversión
|
Escape
|
Deseo
|
Atractivo
|
Apariencia
|
Carisma
|
Indiferenciado
|
Estilo social
|
Gregario
|
Escisión
|
Escape revertido
|
Relación
objetal
|
Dependencia
|
Esquiva
|
Fusional
|
Psicopatología
|
Compulsión
|
Indiferencia afectiva
|
Impulsividad
|
Relación con el estimulo
|
Complacencia
|
Anhedonia
|
Búsqueda o craving
|
SISTEMA DOPAMINÉRGICO Y AUTOCONCIENCIA
La
recursividad de la conciencia es privativa del genero homo. Existen pruebas de
que otros homínidos han sido capaces de “pensarse a si mismos” y de tener por
lo tanto una “teoria de la mente”, es decir
saber-conocer que el resto de congéneres son “no sólo un bulto que hay que
tolerar” como sucede entre los animales, sino sobre todo un prójimo que posee
también una mente y una teoría sobre si mismo y sobre mí (M. Smith, 2001). Precisamente por esta razón el suicidio y el
homicidio solo son posibles entre el Sapiens, ningún animal sabe que es finito
y morirá y que por tanto puede suicidarse, adelantándose al imprevisto de esa
fecha. Y ningún animal comete homicidio porque para el animal ningún congénere
que no sea su hijo o una hembra contiene interés alguno, sólo se percibe como
rival y los rivales tienen tendencia a devolver los golpes, de manera que una
buena estrategia de supervivencia es eludir los enfrentamientos a muerte
(Dawkins 2002). Pero aunque estos no pudieran inhibirse ningún animal tiene
conciencia de estar cometiendo un crimen, en cualquier caso se trata de un
conflicto de intereses, el animal es incapaz de tener una teoría acerca de la
mente de cualquier congénere.
El Sapiens es
un mono irascible pero poco agresivo si lo comparamos con otros simios o
incluso con los aguerridos gansos o pececillos de coral, pero que a cambio
tiene la posibilidad de su inteligencia y del uso e invención de armas lo que
le convierte en un depredador sin precedentes en los ecosistemas en los que
habita. Paralelamente y a causa de su escasa agresividad y armamento natural
(cuernos, garras o dientes) el ser humano no ha desarrollado sistemas de
inhibición para su agresividad y lo ha fiado todo al raciocinio. La delicada y
delgada corteza cerebral es pues la única posibilidad de inhibición que la
evolución ha previsto para neutralizar el instinto agresivo del Sapiens
pervertido por su inteligencia y por los instrumentos de su invención, lo que
le ha dejado sin ninguna duda desprovisto de sistemas de contención seguros y
fiables.
Sistemas de
inhibición que deben pues aprenderse. Pero aprender se realiza en un contexto
de apoyo, amor y confianza, dado que los aprendizajes se establecen básicamente
por imitación. Nuestros pacientes del cluster B que han vivido en ambientes
aterradores, no han podido aprender sistemas de inhibición sino una forma de
“identificación con el agresor” para neutralizar el pánico, controlarán mal su
agresividad y darán lugar a un cluster conductual que conocemos con el nombre
de impulsividad. La impulsividad debe considerarse no como una señal
neurobiológica diferente cualitativamente de la agresión, pero que no es sino
el resultado de la escasez o defecto de los sistemas inhibitorios que se oponen
a esa señal. Estos sistemas inhibitorios proceden básicamente de la corteza
cerebral prefrontal y tienen relación con la vía mesocortical dopaminérgica, la
vía desde donde se establecen sistemas inhibitorios socializados y consensuados
acerca de la discriminación de las conductas tolerables de las intolerables
respecto a nuestros congéneres. Otro modo potente de inhibición es el miedo,
los sujetos hipofóbicos serán por definición más
impulsivos que los timoratos, también la empatía es decir la capacidad de
simular mentalmente las sensaciones de los otros a partir de la experiencia
previa en sí mismo es un potente inhibidor por no hablar de los valores morales
que son sin duda el más potente inhibidor de las conductas impulsivas o
agresivas.
Poseer valores
morales implica mantener un cierto nivel de metapreferencias
como eje director de la conducta. Las metapreferencias
son metaeventos que una vez instalados en nuestro
sistema creencial se comportan como impulsores de motivación de un modo
automático y resultan muy difíciles de extinguir. Muy probablemente las metapreferencias no se establecen mediante procesos de
identificación o internalización de conductas ajenas,
sino de un modo independiente, tal como Freud suponía que se formaba el Ideal
del Yo.
Para Freud
Ideal del Yo no era equivalente al Superyó, al que se
obedece por temor al castigo (o evitación del peligro) sino por amor (o lealtad
con algo). Pero se trata de una clase amor narcisista es decir en espejo, la
potencialidad recursiva de la conciencia de “imaginarse o pensarse a si misma”
como objetivo de si misma. La condición de la metapreferencia
es precisamente la condición de la conciencia de resultar recursiva, vuelta
hacia si misma en un repliegue que hace del Yo la garantía motivacional
que guía la conducta
Las metapreferencias son cambiantes pero han existido siempre
en otras formas y otras descripciones que se encuentran engranadas con el
sistema creencial de cada época y de cada sociedad concreta y que si puede
encontrar un entorno desde donde difundirse es precisamente a partir de la
apertura de nuestro sistema dopaminérgico, siempre en
colisión y artefactado con un medio ambiente
determinado. Esta es la razón que explica que los síntomas psiquiátricos de
ayer ya no se consideran síntomas hoy, sino que los síntomas son constructos que se edifican desde la pragmática social (Berrios 1995) y es quizá la explicación del por qué en nuestra
cultura presidida por la competitividad, el hacinamiento, la opulencia y la
posibilidad de explorar estados internos por medios de drogas u otros medios
capte un enorme ejercito de “consumidores de experiencias” y un buen numero de
individuos oscilantes, al mismo tiempo que disminuye la incidencia de
individuos desafiliados al haber desaparecido la necesidad social del carisma
que es muy probablemente el endofenotipo de la
esquizofrenia (S. Juan 2004).
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Autor: FRANCISCO TRAVER TORRAS ©
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