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miércoles, 17 de octubre de 2012

Parentalidad y Trastornos Alimentarios


PARENTALIDAD Y TRASTORNOS ALIMENTARIOS
(Entrevista con el Dr Francisco Traver, Presidente de la Sociedad de Psiquiatria de la Comunidad Valenciana y Director de Area de Salud Mental, Hospital Provincial de Castellón)

¿Qué ha cambiado entre las madres y los padres en los últimos 30 años?.
         Si comparamos, de memoria los perfiles característicos de las madres de anoréxicas de los años setenta con los de final de siglo, percibiremos un cambio significativo en el mismo. Las madres de entonces (madres de  anoréxicas), madres en los años 70, eran casi todas amas de casa, estaban sobreimplicadas con sus hijas y eran invasivas y malhumoradas, mantenían un forcejeo constante con las adolescentes y centraban casi todo su dialogo alrededor de la comida y de su déficit, sintiéndose, quizá, culpables de la enfermedad de sus hijas y tendiendo a la autopunición y al exceso de control de su conducta. No hay que olvidar que aquellas madres procedían de familias que habían pasado alguna de sus etapas vitales en la guerra o postguerra, acumulando carencias relacionadas con la comida y los rendimientos escolares, no es de extrañar, pues, que su solicitud más intensa girara alrededor de la nutrición, en un intento de evitarles a sus hijas las carencias que ellas mismas habian sufrido.
Las madres actuales, casi todas trabajan fuera de casa y tienden a sentirse menos culpables por la enfermedad de sus hijas, dependiendo, claro está, del tipo de mensajes que reciban de los médicos responsables del caso, en algunas ocasiones hemos observado incluso un cierto matiz de heroicidad en la crianza, aunque también siguen siendo detectables los casos de negligencia o abandono, sobre todo entre las inmigrantes o en las clases bajas. Este rasgo de incorporación de la mujer al mundo del trabajo, está también presente en la población general y no es, pues, significativo en sí mismo pero puede arrojar algo de luz sobre un fenómeno psicosocial como es la emergencia de la mujer que "trabaja fuera de casa" y acaso nos sirva como paradigma del maternaje actual: un maternaje desapegado y basado en una abstracción social como es la autorealización, que despierta entre las niñas un cierto matiz de precocidad que puede estar dinamitando inconscientemente las necesidades de dependencia y que estalla en la adolescencia en forma de conflictos de emancipación.

¿Existe un nuevo estilo de parentalidad?
         Creo que existe una crisis bastante palpable en los modelos de parentalidad que aun no hemos sido capaces de transformar, desde aquellos basados en el autoritarismo parental, por otros presididos por la democrática participación de la mujer en un plano de igualdad. De esa crisis procede el hecho de que los padres hayan desaparecido como modelos de admiración y referencia moral y hayan sido sustituidos por los iguales, por los compañeros, amigos o los lideres televisivos o aquellos que los mass media nos presentan para consumo de los adolescentes. Si a ello añadimos la perdida de prestigio general que han sufrido los ancianos en los últimos años, concluiremos que nuestros jóvenes carecen del sentido histórico que su estirpe pudiera aportarles como legado cultural.
Este déficit ha venido a ser suplantado por una expectativa fraudulenta que los medios de comunicación han venido a ocupar y a cuyo frente y como representante a mi juicio más importante aún que el propio culto a la belleza o a los rendimientos, es la precocidad en casi todas las cosas: la más peligrosa de las cuales son las experiencias sexuales precoces, alentadas por los propios adolescentes (y el entorno cinematográfico y televisivo) y excluyendo a aquellos que no siguen los dictados de sus compañeros y operando como un estigma para la socialización.
Mi opinión es que las relaciones sexuales (o las expectativas de que sucedan) son demasiado precoces y extemporáneas. Cuando, aun, la adolescente no ha resuelto adecuadamente sus conflictos simbióticos, ya debe estar lidiando con los escarceos sexuales y poniendo limites a sus merodeadores. Las más de las veces esta cuestión se salda con nuevas decepciones románticas que añadir a las previas de autonomia/emancipación y las más de las veces a una actitud fóbica ante el sexo y los hombres que se salda con una regresión a la formula hormonal prepuberal, es decir hacia a una regresión hacia la esterilidad.
Otras veces -como sucede especialmente en la bulimia- en una actitud hiperfemenina de complacencia ante los hombres, acoplándose perfectamente al fantasma masculino de mujer sumisa o dependiente no exenta de estallidos de cólera por bagatelas, modelo que se adapta perfectamente a los que los hombres piensan de las mujeres.

¿Qué demandas insatisfechas laten en los conflictos entre los esposos?
        
Es imposible hablar de parentalidad, sin hablar de las expectativas que entre sí, sostienen los esposos. En una reciente encuesta nacional a nivel de población general en Italia el grupo de Roma (Selvinni Palazzoli), pone en evidencia que las mujeres tienen una queja universal con respecto a sus esposos: no consiguen la suficiente comunicación y complicidad con ellos. Los hombres por el contrario siguen echando de menos una mayor intimidad, más centrada en lo sexual. La contradicción entre ambos discursos tiene un segmento de encuentro; al parecer hombres y mujeres se quejan, en ambos casos, de falta de intimidad: que para ellas está más relacionado con lo emotivo y para ellos más en el plano físico, aunque como ya sabemos los psiquiatras esta queja puede estar ocultando una incapacidad personal de entrega afectiva, una incapacidad que este siglo vamos a ver emerger desde la hegemonía de los discursos postmodernos.
La diferencia entre ambos estilos podría definirse entonces como las maniobras defensivas que cada sexo elige para salvaguardar sus partes intimas del contacto con su pareja: el hombre la huida y la infraimplicación y la mujer la queja o la subordinación, como estilos relacionales. Formas defensivas ambas, que por aprendizaje vicariante, operan como mecanismos al servicio de salvaguardar la integridad psíquica individual, pero que también como modelo nocivo parece ser que desfavorece a las féminas, en las que aún el modelo materno opera como un revulsivo frente al cual se sitúa gran parte de su clínica alimentaria. Una clínica que -conviene no olvidarlo- es una negación (o rechazo) de su propia femineidad y más profundamente del maternaje

¿Existe una fratria modelo en la presentación de los trastornos de alimentación?

         No lo sabemos, pero la impresión generalizada es que no existe una familia tipo para la anorexia o la bulimia. Por primera vez en la historia de la enfermedad estamos viendo hijas de pacientes divorciadas, que conviven -quizá- con hijos de otras parejas sucesivas de la madre. Estamos viendo también desordenes alimentarios en hogares monoparentales y también en pacientes casadas y con hijos. Todo esto supone una nueva patogenesia en la enfermedad que ha venido a romper el monopolio de presentación del trastorno alimentario que solía acaecer en hogares formalmente estables, pero donde se describieron hasta la saciedad las más truculentas historias de secretos familiares, dinámicas infernales en las relaciones personales y perversidades diversas en la crianza.
         Hoy tenemos la evidencia de que es posible describir cualquier cosa en las familias de las anoréxicas y también en su personalidad intrapsíquica, todo lo cual nos induce a pensar que no se trata de una entidad mórbida estable, sino de un lugar común de encuentro para distintos malestares que "utilizan" el diagnostico previo establecido para poderse "mostrar". Es posible que los trastornos alimentarios sean enfermedades étnicas -en el sentido que Demaret daba a esta denominación-. Algo así debió suceder con la histeria en el siglo XIX.
         No quiero decir que la anorexia sea una forma de histeria, tal y como pensaban sus "descubridores" Gull y Lasègue, sino que las contradicciones sociales y los diagnósticos médicos configuran tanto un caldo de cultivo de desajuste y de sufrimiento, junto con una coartada científica para su tratamiento como una enfermedad individual.
Para mí es -precisamente- esta cualidad de epidemia (o pandemia) circunscrita al sexo femenino de las sociedades opulentas la mejor demostración de que nos encontramos ante una patología social, que abordamos médica y psiquiátricamente tan solo porque eso es lo que la sociedad nos pide y porque es además, aquello en lo que la población cree, pero me encuentro muy lejos de pensar en esta enfermedad como una patología individual.
¿Cuáles son las causas sociales, pues, de esta enfermedad?
Desde luego no vivimos en el mejor de los mundos que hayamos podido imaginar. Aunque haya signos externos de opulencia y prosperidad, nuestro mundo no ha hecho una evolución paralela de los valores morales y "la nueva conciencia", aunque emergente, nos está de ningún modo generalizada.
Siguen habiendo importantes núcleos de sufrimiento psíquico individual que no hemos sido capaces de detectar precozmente y de atajar de forma eficaz tal y como hacen los screeenings de enfermedades somáticas. Existe un sufrimiento inefable, inanalizable por indiferenciado que sigue estando en la base de las enfermedades de la opulencia. Un sufrimiento sin nombre que se acompaña de un fuerte sentimiento de incapacidad y de incompetencia para resolverlo individualmente. Un sufrimiento culposo, punitivo que nos sigue acompañando a pesar de la modernidad y de la secularización universal que las sociedades hemos alcanzado y de los mitos y barreras de ignorancia que hemos derribado.
Todo parece indicar que detrás de un avance hay un nuevo retroceso, un repliegue de la conciencia, una nueva calamidad con la que no habíamos contado. No es de extrañar que la abundancia de comida genere una patología centrada en la desnutrición, como una forma de ascetismo que deja al individuo con una cierta conciencia de "control sobre el propio cuerpo". Un cuerpo del que se encuentra alienado, que es icono o fatalidad, pero con el que no ha logrado identificarse de una forma efectiva.
Son pues los modelos sociales los que producen este déficit, las contradicciones entre los modelos de mujer, de éxito y de felicidad. Tenemos que inventar un nuevo modelo para las personas comunes, para aquellas que no aspiran a la belleza, ni al éxito y que se conforman con -eso si- ser felices con lo que son, algo que nada tiene que ver con lo que tienen o carecen.
¿Ha cambiado la clínica en los TA?
         Aunque la anorexia es una enfermedad conocida desde prácticamente la Edad Media, la bulimia es una enfermedad bastante nueva y -curiosamente- también hoy la más frecuente. Yo diría que la disconformidad con el propio cuerpo es una manía generalizada en la población, quizá por la fácil asimilación que hacemos de los modelos publicitarios, nuestros únicos, ya, héroes y dioses.
         La mayor parte de los casos de TA que atendemos proceden de este caldo de cultivo que propician las dietas causadas por la insatisfacción con la propia apariencia y de nuestro deseo de parecernos a nuestros ideales modelos mediáticos. Imposibles por ideales, pero al mismo tiempo, también, accesibles, democráticos, dado que a todos nos está permitido, todo, por real decreto de la democracia. Discriminar, precisamente este engaño, es, en la actualidad uno de los dilemas intelectuales más importantes con los que se enfrentan nuestros adolescentes y el principal enigma de la hybris. Saber que aunque todos - por definición- tenemos derecho potencial a cualquier cosa, no todo resulta posible, sobre todo cuando existe una barrera imposible de franquear, sino a través de muchos sufrimientos, como es la propia constitución física por no hablar del género y sus fatalidades implícitas.
         La modernidad hace un sembrado de opciones y luego nos dice "elija usted la que prefiera", ignorando que ese menú desplegable es sólo una falacia, que no existe opción y que el abogado y el trabajador manual siguen y seguirán mucho tiempo distinguiéndose por su complexión física.
¿Con quién es el conflicto nuclear de las pacientes afectas de TA?
El conflicto nuclear en cualquier enfermedad psicosocial está relacionado con la crianza y esta siempre tiene dos niveles: un nivel que está relacionado directamente con la díada madre-hijo y el puro aspecto nutricional y de maternaje. De "nursing" y de "teaching", que en los mamíferos suelen ser dos funciones adheridas. Y otro nivel de socialización que tiene que ver con la emergencia del Complejo de Edipo, es decir, con la triangulación de las relaciones, con la ruptura de la simbiosis.
         Es más que obvio que los TA son enfermedades vinculadas con la función materna, que en cualquier caso es una función que va más allá de la alimentación pura y dura. La función materna tiene que ver con tres propiedades fundamentales: nutrición, predictibilidad-sincronía, y calidez. Cualquier cosa que asegure estas tres propiedades es función materna, la ejerza quien la ejerza. La mujer es el único sexo (género) que puede ser madre haciendo coincidir su instinto más primitivo con la función social del mismo y aunque cualquier hombre puede ejercer esta actividad sin ningún tipo de menoscabo en su eficacia, deberán pasar muchos años para que el macho de la especie humana abandone su posición de privilegio doméstico y haga suyas las necesidades de cuidar y proteger, necesidades que hasta la mujer actual ha rechazado al verlas como un handicap para su autorealización.
         La contradicción entre autorealización y maternaje es a mi juicio la clave del asunto, un modelo que infiltrará nuestros estilos relacionales, aportando nuevos sufrimientos a nuestros opulentos jóvenes, que contradictoriamente con eso presentan enormes lagunas educacionales y de recursos de socialización, condenándolos como mínimo a una situación de desamparo crónica que puede cristalizar en múltiples patologías, de las que los trastornos alimentarios no son sino una posibilidad entre muchas.
         ¿Qué hacer, entonces?
         Lo primero que se me ocurre ahora es decirle que no lo sé, y que esa pregunta debería hacerse a los políticos, pero no estoy muy seguro de eso. No creo que los políticos sean quienes modelan las creencias de los ciudadanos, sino más bien sus interesados interpretes. Los jóvenes no son sólo un grupo de edad, sino sobre todo un mercado, es ahí donde se han de buscar las claves del desvarío social. Sin mercado no hay mitos, ni héroes a los que imitar. Es el mercado el que habrá de regularse.
         Pero si quiere que le diga la verdad tengo muy poca fe en la capacidad de autoregulación del mercado a no ser que pierda dinero, de modo que tendremos que estar preparados para lo peor.
         En Castellón, Noviemebre del 2002

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