MAQUINAS ALIMENTARIAS: LA ANOREXIA MENTAL COMO PRESIÓN
SELECTIVA.
Director
del
Área de Salud Mental
Hospital Provincial Castellón de la Plana
Francisco Traver Torras
La
opulencia alimentaria es un fenómeno tan reciente y ubicuo que no nos puede
hacer perder de vista que hasta hace recientemente poco tiempo las hambrunas
consumían grandes partes de la población en nuestra hoy opulenta
Europa. Es posible afirmar que el ser humano se ha enfrentado desde su origen
como especie a las terribles consecuencias de la falta de alimento tanto por
las condiciones climáticas adversas, como por la dificultad en acceder a los
alimentos de un modo programado y previsible
Aun hoy el hambre es un azote para media
humanidad y las enfermedades consuntivas que se derivan de ella la principal causa de muerte infantil tanto
en Africa como en Sudamérica sin que hayamos sido capaces de articular
estrategias globales para erradicar ese mal.
En
un orden de cosas más novelesco es posible imaginarse al Homo Sapiens como un
forrajeador constante en busca de frutas, vegetales, raíces, pequeños reptiles
y huevos que debía andar varios kilómetros diarios para procurarse el alimento
necesario para un solo día, para volver después a su base de operaciones. Eso
suponiendo que nos lo imaginemos instalado en un campamento o abrigo
permanente, cuestión que hoy se pone en cuestión debido precisamente a esa
necesidad nomádica que probablemente le hacia
alejarse cada vez más dejando atrás paisajes esquilmados por él mismo: una
actitud que el hombre sólo pudo abandonar haciéndose sedentario bien entrada la
historia reciente y con ella el nacimiento de la agricultura.
Las
cacerías y la dieta carnívora fueron probablemente una excepción. Con o sin
herramientas es difícil imaginarse un Sapiens cazador con la única arma de sus
brazos, su resistencia para la carrera o sus trampas artesanales, con todo es
posible imaginarse que puntualmente alguna bestia enferma o herida cayera en
sus manos y con ella las proteínas necesarias para darse un festín o - en clave
más actual - un atracón.
Más
probablemente los humanos se iniciaron como especie carroñera y probablemente
caníbal alternando con sus forrajeos, aunque ambas
estrategias no resultaran evolutivamente estables y terminaran por extinguirse
a favor de una dieta omnívora pero predominantemente vegetariana que
compartieron tanto machos como hembras, aunque en este sentido no hace falta
utilizar el verbo compartir en tanto que ese forrajeo necesario para la
alimentación pudo ser individual y autónomo con la sóla
excepción de la hembra y sus crías destetadas.
Las
actividades a las que más tiempo debieron dedicar nuestros ancestros del
paleolítico debieron ser la continua búsqueda
para el consumo diarios de alimentos: una búsqueda que debió ir
evolucionando desde ese forrajeo individual hacia otras formas de compartir
alimentos cuando las estrategias de caza lograron ser mas
eficaces sobre todo con la invención de las primitivas armas de sílex
Compartir debió
representar algo así como especializarse en algo, una especialización que
volveremos a retomar en el capitulo sobre la agresión pero que aquí conviene
conocer de pasada porque representó un cambio en la organización social de la
horda: si unos se dedicaban a la caza, otros debieron dedicarse a la magia para
invocar a la buena suerte, otras debieron seguir dedicándose al forraje y otras
al cuidado de las crías. Este reparto de tareas ha sido señalado por Fischer
(Fischer 1984) como el resultado de la ganancia de intimidad entre la pareja
humana y probablemente lo fue.
Alimentarse,
como beber o aparearse no necesitan explicación, simplemente suceden, se trata
de la emergencia de un instinto, lo que cambia en los humanos es la
organización social que modela este instinto, pero no el instinto en sí. Aunque
para ser exactos los instintos necesitan alguna explicación dado que estamos
acostumbrados a pensarlos como un fin en si mismo, de un modo finalista: el
instinto de alimentarse puede considerarse una pulsión autónoma, como sucede con los cuatro grandes (huir, aparearse,
agresión) y toda pulsión precisa de un impulso. No hay pulsión sin impulso
(Lorenz 1971) y en este caso, en el caso de la alimentación el impulso es el
hambre. Sin embargo el hambre no es la causa de la alimentación, dado que en la
misma participan aun otras pulsiones que nada tienen que ver con la
alimentación, por ejemplo la sexualidad y el gregarismo (otra de las pulsiones
menores del instinto). En este sentido el carácter actual con el que se
contemplan los instintos es una especie de disociación entre propósito y
causalidad: el propósito del hambre es satisfacerse pero la causa de la
alimentación no es el hambre sino una malla intencional que entronca con otras
fuentes del ánimo.
Aunque
es igualmente eficaz de cara a la reproducción, no es lo mismo copular de
espaldas que copular de cara mientras se observa a la pareja. La especie humana
nunca hubiera podido evolucionar si no hubieran habido
ciertos cambios en la vagina de la hembra humana. De no haberse producido un
giro de 90º en el sentido de la anteversión ese tipo
de copula nunca hubiera podido tener lugar y por tanto el apego y el vinculo
entre las parejas tampoco hubiera sido posible.
Comer
para los humanos no consiste solamente en el forrajeo individual, comer
significa compartir, algo esencialmente humano emparentado con los instintos
gregarios que viene a substituir a los rituales alimentarios de los animales, y
que - no obstante- siguen manteniendo algunos vestigios derivados del
comensalismo. Comer para los humanos significa algo más que alimentarse tal y
como se deduce de la propia etimología de la palabra comer (cum
cudere) "estar o compartir algo con
alguien". Basta con comer sólo para saber a que me estoy refiriendo: la
mayor parte de las personas que comen a solas, comen de pie, rápidamente,
comida fría o escasamente elaborada, picotean o apacentan,
pero no comen en el sentido ampliado de la palabra. Comer significa sobre todo
hablar mientras se come, comentar, educar o instruir, un placer que precisa ser
compartido, comunicado y legitimado por alguien que es el que en definitiva
opera la necesaria abreacción del resto instintivo
que se vincula con el acto de la alimentación.
El
comensalismo (Bilz 1971) es una conducta ampliamente
representada en la naturaleza que viene a representar algo así como un turno en
el acceso a la comida o por decirlo en palabras de Lorenz "un orden de picada", que viene a
representar a la propia jerarquía o rango entre los animales. Lo usual es que
los machos dominantes se alimenten primero y después las hembras y los
cachorros. Un rasgo que es aun observable entre la forma en que se alimentan
los grandes depredadores y donde el único altruismo que es posible reconocer es
el ubicuo altruismo alimentario de la hembra con su cría. El comensalismo
representa pues la alimentación social.
No
todos lo animales se alimentan siguiendo estas reglas sociales de los leones,
otros optan por otra conducta muy curiosa que se denomina "vagabond feeding" (alimentación vagabunda). Consiste en
comer deprisa y a solas, esconder o
enterrar comida, robar comida y sobre todo hacerlo mientras se está de pie o de
un modo furtivo. El "vagabond feeding" representa un modo
individualista y "esquizoide" de alimentarse en cualquier caso una
alimentación sin relación al rango
En
ambos casos, tanto en el comensalismo como el "vagabond feeding"
están presididos por unas reglas de rango y territoriales no escritas que
penalizan ampliamente sobre todo a los intrusos como sucede con la agresión en
general, hecho del que se desprende una de las grandes reglas de la etología:
"el que lucha en su territorio lleva siempre las de ganar", un
aspecto modificado del cual sería "que aquel que conserva su territorio o
su rango tiene más posibilidades de sobrevivir y de llevarse el mejor bocado"
En
general la alimentación está presidida por grandes reglas que tienen que ver
con el territorio, el rango y la agresión extraespecífica
de las que ya hablaremos en respectivos capítulos.
¿En
qué condiciones puede afectarse este instinto natural de alimentación?
En
aquellas situaciones que representen perdidas de territorio, disminuciones en
el rango social o la amenaza de intrusos en el territorio
Vieira
(1979) ofrece la observación de que los animales salvajes recién enjaulados
rechazan el alimento en condiciones de hacinamiento o de estrechez. Hediger (1953)
interpretó que si el animal no disponía de un refugio para poder tener
cierta intimidad a relativa distancia de las rejas deja de alimentarse
ofreciendo un modelo animal de inanición.
En
casi todos los animales salvajes hay que preservar, en condiciones de
cautividad, un equilibrio entre la distancia de huida y la distancia de ataque,
un equilibrio que se halla en oscilación
critica y que se relaciona con la alimentación y con la agresión. Asimismo
señala Demaret (1983) que en aquellas especies con una jerarquía muy acusada y
que se expresa con una distancia interindividual, la proximidad de un animal
dominante inhibe el comportamiento alimentario del dominado que en todo caso se
servirá el primero (Bilz 1971)
Estas
explicaciones me sirven ahora para ilustrar el misterio clínico de la anorexia humana , una enfermedad multicausada
y que según Plogg (1964) pudiera tener alguna
relación con la intromisión de la madre en el territorio de la adolescente,
bien sea a causa de su conducta solicita o bien a causa de la propias directrices
educacionales: la madre puede invadir el territorio lábil del psiquismo prepúber que puede terminar por fomentar la aparición de la
anorexia. Sin embargo las cosas no son así de sencillas en los humanos.
¿Cómo
explicar el miedo a engordar?, un
temor difícil de explicar desde la teoría evolutiva pero un síntoma común que
atraviesa de parte a parte a nuestros conciudadanos y sobre todo a esas mujeres
que conocemos con el nombre de anoréxicas.
Como
es sabido la anoréxica no es simplemente una mujer que
ha perdido el apetito, es sobre todo una mujer que rechaza el peso que le correspondería por su talla y edad. Este
rechazo no siempre esconde una distorsión del esquema corporal o una total falta
de sentido común respecto a la perdida de salud. Naturalmente tampoco es una
forma sutil de suicidio. Pero entonces qué es la anorexia?
¿Qué puede aportar la psicopatología evolutiva?
Para
explicar mejor mi opinión sobre este aspecto listaré a continuación algunas
verdades irrefutables sobre la anorexia e intentaré más tarde construir su
matriz de significados.
1.-
La anorexia afecta sobre todo a jóvenes
postpuberales
2.-
La anorexia es un estado de inanición electivo
3.-
La anorexia se solapa con infertilidad
4.-
La anoréxica da mucha importancia a la imagen, a la belleza y a los
rendimientos.
5.-
La anorexia es una condición de autosacrificio.
6.-
La anoréxica conserva su capacidad de cuidar de otros.
7.-
Existe un horror fóbico a ganar peso.
Estas
siete verdades generales nos dan algunas pistas sobre posibles procedencias
genéticas y también sobre el origen ambiental de la dolencia. Podríamos afirmar
que los genes implicados tendrían que ver con la inanición, el miedo, la competitividad y el altruismo alimentario,
además podemos - siguiendo nuestra labor detectivesca - asegurar que es una
enfermedad de mujeres (predominantemente) y también podemos involucrar a los
memes relacionados con la belleza física, el miedo sanitario a la obesidad y la
mitología del rendimiento y del éxito.
Vamos
a verlos uno a uno.
LA INANICIÓN
No
cabe ninguna duda de que las hambrunas o bien los largos periodos de ayuno
combinados con cortas experiencias de abundancia han sido la lacra más
importante, junto con los ataques de las fieras que la raza humana ha tenido
que soportar en su viaje evolutivo. La búsqueda, almacenamiento, distribución,
recolección y discriminación entre lo comestible de lo venenoso han sido
seguramente una de las tareas que mas tiempo han ocupado entre los hombres
primitivos hasta la invención de la agricultura. La caza, pesca y la
recolección de vegetales, frutos y raíces han sido desde que el hombre abandonó
la carroña la base de su sustento alimentario y es posible suponer que la
distribución de alimentos no se realizó de una manera equitativa en los clanes
originales y primitivos sino regulada por las mismas reglas que aun hoy
gobiernan los intercambios entre humanos: la rapiña egoísta y el altruismo
heroico.
Algunos
antropólogos como Fischer[i]
añaden además que la mujer accedió a la alimentación carnívora más tarde que el
hombre y especula en torno a la teoría de que la carne fue una forma de
intercambio sexual que precipitó la mutación hacia la "continua
disponibilidad" de la hembra humana desde un ciclo anual, hasta la
conocida regla lunar de una duración de 28 días, dicho de otra forma: el
abandono del estro y con él del celo pudo deberse a causas de presión evolutiva
relacionadas con la alimentación. Este ciclo frecuente indujo notables cambios
en las organizaciones humanas fuera o no al precio de la carne: modificó las
relaciones entre los sexos en el sentido de que favoreció el contacto regular y
afectivo entre macho y hembra y probablemente
fortaleció los vínculos familiares y sociales. Lo que me interesa
señalar en este momento es que con independencia de la teoría de Fischer en
cuanto a que la carne tuviera algo que ver en este intercambio, es innegable
que la mujer tiene una mayor resistencia
a la inanición (Lasègue 1870) lo que induce a especular legítimamente en una resistencia lograda
a través de millones de años de adiestramiento en la recolección al verse
privada de los bienes alimentarios más nutritivos: las proteínas animales.
De
manera que si existiese un gen llamado "resistencia a la inanición"
este gen se encontraría ampliamente representado en el género femenino. En
realidad se hallaría relacionado con el metabolismo y fisiología de la serotonina, dado que la ingestión proteica está mediada por
este neurotransmisor.
Aunque la anorexia (como casi todas las
enfermedades mentales) no puede explicarse con el concurso de un solo gen, es
evidente que al menos uno de entre ellos debería estar relacionado con alguna
avería en la maquinaria que regula la síntesis de las hormonas relacionadas con
"el aprovechamiento calórico" y la reducción de las necesidades
energéticas hasta niveles de supervivencia mientras la homeostasis se mantiene,
a su vez, estable, después de reducir al máximo el gasto que en la mayor parte
de las hembras se reduce básicamente a sus reglas que por si mismas representan
una perdida importante de sus reservas de hierro.
Naturalmente
la inanición parece que por si misma no representa una estrategia
evolutivamente estable dado que puede conducir a la muerte individual. Si la
consideramos como una estrategia diseñada para obtener beneficios de la subfertilidad sin embargo, podemos
empezar a vislumbrar cierto provecho para las hembras que la adoptaran.
Efectivamente
y siempre que esta estrategia se adoptara "durante un cierto tiempo",
las ventajas competitivas de estas hembras podrían haberse visto beneficiadas
en sus códigos reproductivos. Me estoy refiriendo a la subfertilidad inducida
por una alimentación pobre pero no ausente y me estoy refiriendo a una
subfertilidad relativa que alargara la aparición de la primera menstruación y
propiciara - no obstante- los intercambios sexuales sin riesgo de embarazo.
Estas
hembras podrían haberse visto durante más tiempo libres
de sus tareas de maternaje y podrían haberse desplazado más y mejor sin el peso
y las cargas suplementarias derivadas de la crianza, sin dejar de mantener
relaciones sexuales. Podrían haber mantenido más relaciones sexuales con más
parejas sin pagar el costo adicional del embarazo y haber obtenido una mayor
cantidad de intercambios (afectivos y materiales) a partir de su
"disponibilidad estéril" que las otras hembras embarazadas o
esquivas.
Con
ello no quiero decir que la anorexia fuera inventada en el paleolitico.
No hacia falta, del mismo modo la bulimia es seguro que no existía en el
pleistoceno y sin embargo es muy posible que nuestros antepasados recurrieran
al atracón y a la siesta en cuanto tuvieran ocasión. Del mismo modo es
imposible pensar que el Sapiens tuviera algún tipo de
presión por la puntualidad o sobre la conducta ociosa que aún no se habían
socializado.
La
anorexia de la mujer actual es una forma de inanición electiva que no por ser
electiva pierde su condición de inanición: una condición similar clínicamente a
la inanición que vemos por otras causas. En realidad el cuadro somático y
psicológico de la anorexia nos era ya conocido, porque coincide con los cuadros
que se conocen de situaciones catastróficas como los individuos sometidos a
confinamiento en campos de concentración o cárceles o las derivadas de
enfermedades consuntivas como la tuberculosis. Lo que cambia a través de la
historia es la patoplastia de la enfermedad pero no la enfermedad en si, las
causas medievales para la inanición eran probablemente de carácter espiritual o
de un mimetismo de la espiritualidad, las causas decimonónicas pudieron ser
sexuales como las causas de hoy son esencialmente estéticas.
En
el paleolitico no pudo haber anorexia porque la
inanición era una forma de presión selectiva, no de una forma electiva como aun
sucede en los países subdesarrollados, lo cual no presupone que una vez
terminado el periodo de hambruna ya no puedan darse casos de inanición. Si la resistencia a la inanición es un
programa genético ha tenido que sobrevivir porque ha encontrado razones
poderosas para convertirse desde un potencial trozo de basura genética a una
estrategia evolutivamente estable. La razón más poderosa que encuentro para que
este programa haya persistido es su relación con la subfertilidad que en otro
tiempo pudo constituir una conducta adaptativa a las condiciones de vida
derivadas de la impredictibilidad de la alimentación.
Una
subfertilidad similar al de la mujer lactante, aunque sin las servidumbres del
nursing, similar al de la mujer embarazada pero sin las servidumbres del peso y
por último una subfertilidad similar al de la mujer menopáusica
(suponiendo que hubiera menopáusicas en el paleolitico) sin la sobrecarga de la edad.
Algunos
autores como Dawkins suponen que la menopausia es
también un programa arcaico derivado del nursing. Si no hubiera menopausia la
mujer podría seguir teniendo hijos abandonando a su suerte a los nietos. Una
mujer debe de hacer balance entre el
cuidado que dispensará a sus hijos (el 50% de sus genes) del cuidado que
dispensará a sus nietos (el 25 % de sus genes) como mucho antes hubo de hacer
entre sus tareas de reproducción y teaching, adoptando una estrategia idónea para adaptar el tamaño de sus
camadas o nidadas a su disponibilidad de crianza.
Aun
hoy las mujeres gráciles, pequeñas o de aspecto débil cuentan con un atractivo
suplementario al de su juventud o belleza. Es muy probable que la evolución
haya maximizado la expresión genética de la inanición (en realidad de la
resistencia a la misma) a partir de las ventajas suplementarias que durante
millones de años estas mujeres acumularon como patrimonio genético. Un
patrimonio genético que desparramaron a toda la humanidad como una
potencialidad para resistir futuras hambrunas o como sucede hoy para resultar
atractivas y reversiblemente estériles.
EL MIEDO
Ya
hemos hablado de que el miedo es una emoción innata que precisa codificarse
-colgarse- de algo (un símbolo o una imagen) que represente al temor que debe
evitarse con el fin de no sufrir daños. Esa es la definición postdeterminista que se instaló en el hombre desde que
descubrió el símbolo, se trata de una definición adaptativa y evolutiva del
miedo. Existe el miedo a algo, aunque ese algo a veces pueda ser inefable (no
pueda ser dicho) y se nombre con ideas vagas como miedo a lo desconocido, o con
etiquetas más vagas aun como ansiedad generalizada, ataque de pánico, etc.
Lo
que es seguro es que el miedo es un programa genético muy estable para la
supervivencia del ser humano porque le permite evitar los riesgos y los
peligros del medio ambiente que en un momento original debió poseer una larga
nómina de amenazas, comenzando por los ataques de las fieras, las catástrofes o
fenómenos naturales,. las incursiones de intrusos
belicosos o la rapiña de los congéneres.
Algunas
fobias (miedos irracionales acompañados de conductas evitativas)
poseen una comprensibilidad evolutiva diáfana. Se trata de miedos
evolutivamente estables como nombré más atrás: las fobias a las arañas, a las
serpientes, a las alturas o a los espacios abiertos pueden representar restos
de programas heredados o "prepared learning", aprendizajes fáciles
(Seligman, 1972).
La
cosa se complica cuando hemos de interpretar algunos miedos del hombre moderno
en clave evolutiva, como por ejemplo sucede con el "miedo a
engordar". Es evidente que esta fobia no puede representar un temor
atávico. La evolución no hubiera perdido ni un segundo en tratar de hacer
sobrevivir un programa así diseñado. ¿Se trata de una contradicción de la
teoría evolutiva? ¿O más bien podemos hablar de un temor sin representación
genética?
Evidentemente
el temor a engordar es un meme (un replicante
cultural) y hay que recordar ahora que los programas genéticos están
indeterminados, algo así como una idea viral transmitida por los mercaderes de
los significados. Existe una poderosa industria mediática destinada a difundir
"las verdades creenciales" que debe compartir la población que acaba
por parasitar las mentes y los deseos de amplias
capas de nuestros conciudadanos: aquellos más vulnerables a sus influencias.
La
"delgadez vende" por muchas razones y no voy a extenderme en
explorarlas todas de una en una. Se trata en cualquier caso de una idea
impuesta y arbitraria que no correlaciona más que de una manera periférica con
nuestro patrimonio genético. Ya he nombrado en el epígrafe anterior la
resistencia a la inanición como un programa probablemente destinado y mantenido
por la evolución para mantener un estado de subfertilidad benéfico aunque no
exento de riesgos para las que lo adoptaran. Existen además memes sanitarios
que glorifican "la buena alimentación" y demonios de todo tipo que satanizan la obesidad.
La
fobia a ganar peso está de alguna manera determinada socialmente, pero ese
"virus" estaría condenado a morir por inanición si no encontrara en
nuestros genes y programas genéticos una correspondencia que le permitiera
establecerse en él.
Mi
hipótesis es que los programas destinados a evitar las situaciones de temor han
cambiado conceptualmente mucho desde la noche de los tiempos. Antiguos
programas destinados a evitar encuentros con seres venenosos o peligrosos han
sido desplazados por nuevos temores relacionados con la complejidad de las
relaciones interpersonales y por la inmensa capacidad de los humanos para
inventar nuevos símbolos y nuevos temores. Hoy el enemigo parece ser nuestro
prójimo, el lugar de trabajo el "agora"
donde se dilucidan las persecuciones entre depredadores y presas y la familia
el entorno donde discurren los principales infortunios del ser humano moderno.
Pero
aquellos engramas arcaicos persisten y pueden ser "parasitados"
por ideas y emociones nuevas. El temor a
ser excluido en la comunidad de iguales puede estar representando en las
sociedades opulentas el mismo programa que alimentaba el temor y la conducta evitativa frente a las tormentas.
En
este sentido podría entenderse como que aquellos trozos de basura genética:
programas obsoletos que ya no sirven para nada debido a que aquellas amenazas
se han difuminado, continúan en expansión aprovechando determinados memes que
vienen a parasitar aquellos engranajes.
Así
un programa como este, relacionado con las tormentas:
(Si) llueve y truena
(Entonces) ponerse a cubierto en la guarida
Podría
haber sido sustituido por este otro:
(Si) eres gorda, serás excluida
(Entonces) mejor quedarse en la guarida
(o) ponerse a régimen
Como
podrá observarse la única diferencia entre ambos programas es la sustitución de
una línea por otra, la manera en que los genes y los programas
"aprenden" en su continua colisión entre fenotipo y genotipo, entre
ambiente y naturaleza.
RIVALIDAD
Para
una mujer joven ser aceptada y ser atractiva es más que un deseo comprensible,
es vital, una cuestión de supervivencia cuyos aprendizajes cada vez más
precoces y relacionados con el galanteo y el apareamiento tienen un singular
parentesco con los desordenes alimentarios.
Clásicamente
se ha señalado, sobre todo por los psicoanalistas que la anorexia representaba
un rechazo inconsciente a la femineidad o a la adquisición completa de un
cuerpo femenino. Sin entrar a contradecir esta afirmación (que pudo ser cierta
en las anoréxicas del siglo pasado y comienzos del XX), podemos afirmar que las
anoréxicas de hoy no se caracterizan por un rechazo a la femineidad sino por
una adaptación rígida a modelos hiperfemeninos
(Gordon 1994). La razón por la que ha aumentado la competencia entre las
hembras humanas tiene que ver con dos factores principales: la mayor
disponibilidad sexual de las hembras, y la llegada cada vez más precoz de
hembras al "mercado sexual".
Crisp ha señalado acertadamente a partir de sus estudios de
anoréxicas transculturales, es decir en niñas que
procedían de culturas islámicas o africanas y educadas en el Reino Unido que la
mayor tolerancia sexual de estos países en relación con sus culturas de origen
podía suponer una presión selectiva sobre estas niñas que se verían así entre
dos fuegos: una presión cultural por mantener relaciones sexuales de una forma
libre y precoz y otra presión procedente de su cultura que muchas veces se
halla en contradicción con aquella. En mi opinión esta presión es común tanto a
las niñas que proceden de países africanos como en las autóctonas dado que
viene a dislocar un elemento que durante muchos años ha operado como un
inhibidor sexual que ha mantenido a las niñas apartadas de los influjos
sexuales directos, me refiero al concepto psicoanalítico de fase de latencia,
un periodo de inactividad sexual que tiene como propósito apartar a las niñas
de la tarea reproductiva mientras están aprendiendo cosas útiles para su
supervivencia posterior y que es más dilatado en tanto es mayor la complejidad
de la sociedad en que viven. La contradicción está en que en nuestra sociedad,
la de mayor complejidad que pueda pensarse ha aflojado sus controles
inhibitorios llevando a nuestros adolescentes a una presión desmedida en cuanto
a mantener sus primeras relaciones sexuales, que han pasado en poco tiempo
desde una conducta de escarceo y ensayo hasta las relaciones completas, sin las
que muchas de estas adolescentes quedan fuera de ese "mercadeo
sexual", estigmatizando su
socialización.
A
diferencia del resto de especies, el ornato, adornos, colorido, plumas y actos
demostrativos que son características de los machos, son en la especie humana
patrimonio de las mujeres. Esta diferencia es muy importante para comprender como
en nuestra especie se han distribuido los papeles de la rivalidad y la
competencia sexuales .
Existe
una correlación entre el adorno, colorido, cantos o colas llamativas y la
dificultad con que los machos acceden a las hembras. Para hacer el argumento más
sencillo podemos concluir que a más competencia entre los machos por las
hembras más demostraciones visuales o acústicas se pondrán en juego como
mecanismo de galanteo. En este sentido es cierto que las hembras son, en la
mayoría de las especies, un bien comunitario a proteger y que los machos
competirán entre ellos para ganarse su derecho a reproducirse. Un derecho que
sólo ganarán algunos, aunque los estilos reproductivos como la monogamia, poligamia y promiscuidad se
hallen representados en toda la escala animal, es decir se trata en todos los
casos de estrategias evolutivamente estables.
Lo
que es un enigma es la razón por la que en la especie humana esta distribución
de papeles se ha establecido al revés de todas las criaturas conocidas, al
menos entre los mamíferos, siendo como es la proporción entre machos y hembras
estable y en torno al 50%, ¿Cómo puede explicarse esta inversión en los roles
demostrativos? ¿Es el macho un bien comunitario a proteger en nuestra especie?
Lo
que es seguro es que la rivalidad femenina no es un meme
sino un programa genético y si ha sobrevivido a la deriva filogenética es
porque ha producido grandes beneficios a las hembras que lo adoptaron (Abed, 1998). La evolución no hace gastos superfluos y
debemos concluir que este programa genético está bien instalado en el cerebro
sexual de la hembra humana.
En
mi opinión la razón de esta contradicción de modelos en la conducta
demostrativa se halla emparentada con la elección de la monogamia como modelo hegemónico de preferencia en la selección
de parejas por parte de las mujeres.
Todo
parece indicar que la monogamia evolucionó desde una sexualidad de ordalía y
promiscuidad y que representó un hito en las relaciones de pareja y
comunitarias. Abrió horizontes de cooperación a largo plazo entre los
individuos, favoreció la crianza de los hijos y permitió acumular bienes
económicos que terminaron por defender los intereses a largo plazo de hombres y
mujeres, jóvenes y viejos, asegurando un mejor reparto de las tareas y de las
cargas.
Sin
entrar en el terreno pantanoso de la antropología y siguiendo mi discurso de
base etológica es evidente que al menos la hembra mamífera atada de pies y
manos a su función reproductiva vivípara, parte con una penalización original
con respecto a los machos de su misma especie.
No
sólo lleva la peor parte en la distribución de tareas reproductivas sino que
sus partos, lactancias y crianzas de su prole la mantiene ocupada de por vida
sin contar con las amenazas sanitarias que soportan debido precisamente a su
"función materna" y a la estrechez de su canal pélvico derivada de la
bipedestación. Entre el macho y la hembra mamífera existe una asimetría programada por la especie, una
asimetría biológica.
No
sucede así en todas las especies por igual pero es una constante en la mayoría,
sobre todo - como he dicho antes en los vivíparos -. La distribución de tareas
de reproducción y de cuidado de la prole tienen una
amplia gama de recursos en la naturaleza, que recorren desde la monogamia,
hasta los harenes o la simple promiscuidad. Sin embargo la estrategias
evolutivamente más estable para asegurarse la colaboración del macho en las
tareas del cuidado y alimentación de la prole, es sin duda la monogamia.
Para
una hembra, discriminar las intenciones
del macho para las tareas ulteriores al propio coito son
tan necesarias y vitales como asegurarse una pareja sexual atractiva. Con la
excepción de aquellas que viven en harenes y que no tienen que preocuparse por
estas cargas que son compartidas por el resto de las hembras, todo parece
indicar que las hembras dedican una enorme inversión de tiempo en asegurarse
una colaboración a largo plazo por parte de los machos, dicho de otra manera:
todas parecen preferir la monogamia como modelo de apareamiento sexual.
Trataré
de explicar qué cosas son las que hacen las hembras para discriminar a los
machos colaboradores de los machos galanteadores y qué cosas son las que hacen
los machos para librarse de la carga de la crianza de sus hijos que les
impedirá seguramente tener otros hijos con otras hembras dispuestas.
Mantengo
la suposición de que tanto machos como hembras harán lo que mejor se acomode a
los planes de sus genes, que aunque carecen de intencionalidad ejercen una
presión evolutiva sobre los individuos portadores de tal modo que podremos
concluir que tanto machos como hembras adoptarán las estrategias necesarias
para tener el máximo de hijos al menor precio posible de cuidados y de
inversión en su alimentación.
Ya
he dicho que en esta partida de naipes la mujer parte con una desventaja al
margen de su mayor inversión de nursing y teaching: no puede abandonar a sus
hijos mientras están en su vientre, cosa que podrían hacer y de hecho hacen los
peces que ovulan en el lecho del río cuando el macho
está listo para eyacular y aprovechar esa fracción de segundo para dejar al
macho descuidado o imberbe al cuidado de la nidada. La hembra vivípara no puede
abandonar a sus crías como hacen las sepias, lo que si pueden hacer - y de
hecho hacen- los machos que las fecundaron, con algunas excepciones.
Estas
excepciones son diversas según las de distintas especies, pero siempre tienen
que ver con las condiciones o el pago
que impone la hembra al macho previamente al coito, a veces puede tratarse de
una estrategia de simple aplazamiento o de escarceos demostrativos de huida
previos al acoplamiento.
.
Este pago puede relacionarse con la condición de que le construya un nido, que
le aporte regalos o comida o que escarbe en la tierra una buena madriguera,
como ejemplo de laboriosidad previa al consentimiento. Todo parece indicar que
las hembras que adoptan una estrategia esquiva
con respecto a los galanteos del macho se aseguran un mayor
"cumplimiento" por parte de este en la parte que le toca en el
contrato, siempre y cuando -claro está - la "prueba" no sea demasiado
dura o agotadora o no existan en el entorno inmediato otras hembras fáciles que no pidan nada a cambio. Un
macho que ya haya invertido determinados recursos en la seducción de una hembra
estará menos dispuesto a dejarla, dado que este abandono le dejaría con parte
de su inversión sin crédito que ofrecer a otra hembra. Este argumento debe ser
cierto en aquellas especies donde las hembras esquivas son la regla. y evolutivamente estable en muchas especies animales, pero
naturalmente no es así del todo en el ser humano.
Las
hembras de una determinada especie están distribuidas de un modo ecológicamente
estable entre esquivas y fáciles. Su equilibrio se mantiene por oscilación como siempre sucede en los
sistemas abiertos. Una mayoría de hembras esquivas asegura el
"cumplimiento" de los machos domésticos, pero no de los
galanteadores. Las hembras no tienen manera de conocer de antemano las
"verdaderas intenciones de los machos", porque inmediatamente surge
la contraestrategia evolutiva, si las mujeres
esquivas abundan, los machos desarrollarán conductas
engañosas a fin de cohabitar con ellas y disimular sus verdaderas
intenciones de abandonar a la hembra a su suerte apenas haya comenzado la
crianza.
Por
otra parte una mayoría de hembras fáciles dejarían en desventaja a las esquivas
que aspiran a la monogamia y su efecto de llamada aumentaría el numero de
machos galanteadores con lo cual y de nuevo, el convertirse en macho doméstico
pasaría a ser una rareza por la que competirían las hembras a su vez,
multiplicando el número de machos domésticos.
El
número de machos domésticos y galanteadores junto con las hembras esquivas y
fáciles se encuentra en todas las comunidades vivientes en un equilibrio
matemático, en torno al cual se establece una densidad estable. El sistema
tiende hacia la autoregulación, apenas se desequilibra
momentáneamente, siempre que se entienda que este adverbio en términos
evolutivos precisa más de una generación.
Las
hembras humanas (al menos las occidentales opulentas) se agrupan en torno a
este atractor ideológico (un meme)
que es el apareamiento monogámico que a su vez es un programa genético
yuxtapuesto y mucho más aquellas mujeres intelectuales, perfeccionistas y
sensatas que forman el grupo de las más vulnerables para padecer esta
enfermedad. Sin saberlo la hembra compite con otras hembras por el bien social
que representa el macho doméstico,
aquel que no abandona a la hembra después del parto aun habiéndola escogido por
su atractivo sexual que por si mismo no asegura la cooperación posterior.
La
mayor enemiga de una hembra fascinada por la monogamia es la hembra fácil, aquella que simplemente
escoge a los machos (a los hombres) en función de su atractivo físico, de su
posición social o de su rango jerárquico a un costo o precio distinto al de la
cooperación. La primera objección que se puede poner
a esta clasificación de hembras esquivas o de hembras fáciles (que es un
ejemplo sacado de la etología) es que las hembras humanas no son todo el tiempo
esquivas o fáciles, como tampoco es cierto que los hombres sean todo el tiempo domésticos o galanteadores. Claro que no, el
ser humano ha desarrollado - quizá debido a la enorme potencialidad de sus
aprendizajes- la capacidad de ser hoy domestico y mañana galanteador, así como
la hembra ayer esquiva puede tornarse mañana fácil con la misma u otra pareja,
en el descubrimiento de algo que se ha venido en llamar la monogamia sucesiva, una forma de monogamia al fin y al cabo.
Lo
que es lo mismo que admitir que el ser humano ha desarrollado en mayor medida
que otras especies una mayor capacidad de engañar, disimular los engaños y
también discriminar las intenciones engañosas de los demás para con nosotros
mismos puesto que lo mejor para un grupo humano en términos de estabilidad
evolutiva es que las hembras sean esquivas las 5/6 partes del tiempo (o de la
población total) y fáciles la 1/6 parte (o población) restante, siempre que los
machos domésticos representen el 5/8 del total o del tiempo invertido en
cooperar y los galanteadores sólo representen el 1/8 del total de la población
o el tiempo invertido en merodear. Es en este punto exacto donde el sistema se
estabiliza hasta la próxima descompensación generacional (Dawkins,
2002)
Se
podrá enseguida decir que estos argumentos no tienen nada que ver con los
problemas que plantean las anoréxicas de hoy y es cierto, porque este dilema no
solamente afecta a las anoréxicas, afecta a todas las mujeres actuales, como en
el siglo XIX les afectó a todas el doble modelo de moral sexual aunque no todas
desarrollaran síntomas de enfermedad mental: en aquel caso no todas las mujeres
eran histéricas, aunque quizá las histéricas del XIX no eran sino el síntoma de
una enfermedad social más amplia que se llamaba disimulo, como la de hoy se
llama apariencia.
Se
trata tan sólo de un intento más de explicar cual es la sobrecarga adicional
que la mujer actual tiene que soportar respecto a sus antepasadas, una
sobrecarga que procede de su búsqueda de simetría y de competencia sexual a
través de la belleza física y de los rendimientos intelectuales, un meme que ha venido a ocupar el lugar de la rivalidad entre
hembras que buscan a ciegas un hueco en la mirada del otro que lleva a muchas
de ellas no sólo al fracaso reproductivo sino a la decrepitud y devastación física
y mental.
AUTOSACRIFICIO
Fue
Hilde Bruch hace ya más de
veinte años la autora que irguió los conceptos modernos en que se asienta, aun
hoy, nuestra concepción de la anorexia. Entre otras cosas fue la pionera que
intuyó que las anoréxicas sufrían una distorsión del esquema corporal y no sólo
un adelgazamiento "nervioso", que la anorexia no tenia nada que ver
con la histeria, ni con la depresión o con ninguna de las patologías conocidas
hasta entonces. La anorexia tenia entidad propia, se
trataba de una categoría distinta y no de una simple dimensión más de las
enfermedades de mujeres que el siglo pasado sirvieron para etiquetar y
desacreditar de paso al genero femenino.
Bruch fue capaz además de entrever que el temor atávico que
anida en la poblaciónes humanas, en la misma línea
que yo vengo defendiendo no es el temor a la obesidad sino el temor a morir de hambre. Un temor que sigue alimentando el
imaginario del hombre moderno a pesar de que hoy la oferta de bienes
alimentarios no represente, racionalmente, amenaza alguna. Ya he hablado más
atrás de los programas basura y de la expresividad fenotípica de estos temores
de modo que no voy a extenderme sino para hacer hincapié en un aspecto más de
este temor.
¿Si
es cierto que el hombre moderno sigue albergando este temor, qué sentido
comunicacional tiene la anorexia? ¿Por qué se extiende tan fácilmente? ¿Por qué
se imita y se desea la delgadez?
Es
precisamente en las ideas de Bruch donde se encuentra
la respuesta: la anorexia representa una actitud desafiantemente heroica respecto a ese temor. Se trataría más bien
de una conducta demostrativa que se mantendría por el ejercicio del control sobre el cuerpo que ha logrado
la anoréxica. Algo así como los logros de un deportista, su marca, su limite.
Se
trata de una idea convincente porque nos permite explicar las patoplastias diversas que esta enfermedad ha ido adoptando
con el paso del tiempo, desde la mascarada religiosa hasta la superficialidad
de la apariencia o del "glamour". Es evidente que la anorexia ya existía
en la edad antigua o media, aunque como epidemia podemos comenzar a localizarla
en los años 50 y 60, los periodos de abundancia postbélicos
que significaron resueltamente el incremento de casos que hoy atendemos, con el
consiguiente adelanto en USA que
posteriormente se trasladó a Europa como la moda de los blue-jeans.
No
es de extrañar, los patrones de consumo de la imagen proceden de la poderosa
industria de aquellos países que operan como inductores de las mismas y la
anorexia es no sólo una enfermedad de moda, sino en cierto modo una enfermedad
de la moda, en el sentido de que se transmite por contagio cultural. La
anorexia es no sólo una enfermedad sino un modelo de enfermar que nos ha hecho
aprender mucho sobre las colisiones entre las causas ambientales y heredadas,
algo así como una enfermedad de laboratorio, que aunque espontánea no deja de
carecer de ciertos elementos siniestros que proceden de su persistente aroma de
artificio.
Prueba
de ello, son las diversas razones y las distintas conflictivas personales que
se dan cita en la anorexia, desde la búsqueda de perfección santa en las
anoréxicas de la edad media, hasta el más profano deseo de ser bella o el más
obsesivo deseo de perfección o de altos rendimientos de las anoréxicas de hoy.
Todos
los motivos parecen ser legítimos para entrar a formar parte de la nómina de
anoréxicas, como si la malla semántica o de significados que soporta esta
etiqueta se hubiera constituido en un atractor, una
especie de imán que por si mismo
captara hacia sí un numero diverso de
malestares individuales distintos que se dan cita en él, con la condición clara
de que el cuerpo tiene que ser el epicentro de esta lucha.
Que
la anorexia es admirable no cabe ninguna duda, prueba de ello son los cientos
de adolescentes que imitan la escalada de adelgazamiento exitoso y como no el
ejercito de consumidoras "sin voluntad de autosacrificio
corporal" que representan las bulímicas, la otra pariente cercana de
falsas imitadoras sin recursos de autodisciplina.
Gordon (1994) supone que la verdadera enfermedad no es la
anorexia, sino estar a régimen, como
en el siglo XIX la verdadera enfermedad no era la histeria sino la doble moral sexual, una enfermedad
pues social que devora a sus víctimas, las más vulnerables, en este caso las adolescentes
de las sociedades opulentas.
Después
de esta incursión en la clínica de los trastornos alimentarios me interesa
ahora recapitular los aspectos más importantes que presentaré a modo de
conclusión y tomando como ejemplo a la anorexia mental.
1.-
Existe un atractor (una malla semántica) a la que
llamaremos anorexia que llama a filas (capta) un ejercito de consumidoras que
no tienen entre si ningún parecido psicopatológico, sino tan sólo aspectos
demográficos relacionados con el sexo, la edad y su pertenencia a una sociedad
opulenta.
2.-
Esta malla semántica está constituida por programas genéticos heredados y otros
replicadores sociales como los memes ya descritos con anterioridad (Dawkins 2002). Una vez constituida se comporta como el
material genético, se difunde a partir de un automatismo programado que no
está a disposición de la intencionalidad
del ser humano individual.
3.-
Esta malla de significados se apoya en programas genéticos muy potentes
derivados de estrategias de apareamiento sexual como la preferencia por la
monogamia y a programas relacionados con el temor a la exclusión y la
resistencia a la inanición que puede operar como una conducta demostrativa de
éxito y control.
4.-
Los individuos anoréxicos carecen de control sobre estos programas y de
intencionalidad alguna para llevarlos a cabo o detenerlos, aunque pueden
encontrar razones para su malestar a partir de su poder casi infinito de
simbolización. La anorexia no tiene una causa intrapsíquica,
familiar o de malos hábitos de vida, la matriz anoréxica se distribuye al azar
entre la población vulnerable.
5.-
La enfermedad está en los valores que una determinada sociedad abraza y no en
los individuos, aun reconociendo que las sociedades no pueden estar enfermas
sólo los individuos, lo que implica que aun no disponiendo de un sustantivo
mejor me inclino por adoptar el de meme: una idea o
creencia replicante que no necesariamente es universal. De existir el meme de la delgadez es tan débil e inestable que no
resistirá mucho tiempo en el patrimonio de las creencias humanas.
¿Cuál
será el meme que le sustituirá?
Naturalmente
otro peor.
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